Capítulo LXXXIII - Circumrota

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LXXXIII

❝ C i r c u m r o t a❞

El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts un sinfín de vientos y tormentas de aguanieve, y aunque el castillo siempre resultaba frío por las abundantes corrientes de aire, a Hermione le encantaba encontrar las chimeneas encendidas y sentir su calor resguardado entre los gruesos muros de piedra, recordando las festividades pasadas en aquel mismo lugar con una ternura infinita.

El invierno, además de helar los terrenos y cubrir los techos de nieve, también trajo consigo una agradable sorpresa que la muchacha, habiéndola descubierto durante una de sus incursiones en el día a día de los elfos domésticos, no dudó ni un instante en comunicar a sus amigos durante una gélida mañana de sábado.

—¡Harry! —llamó jadeante al llegar al Gran Comedor en el desayuno, y patinó al intentar detenerse en seco, apoyándose a tiempo en el hombro de Susan—. Tienes que venir, Harry. Tienes que ver lo que...

De repente Luna, que corría tras de sí embriagada de su misma emoción, también patinó sin remedio y acabó chocando contra ella, y ambas se tambalearon sin llegar a caerse al suelo.

—¡Demonios! —suspiró Cedric, levantándose de su asiento para intentar ayudarlas—. ¿Se puede saber a dónde vais con tanta prisa?
Mientras recuperaban el aliento, Hermione y Luna se observaron entre sí y compartieron una sonrisa cómplice.

—Hemos acordado que será una sorpresa —admitió la rubia, y sus ojos brillaron con anticipación—. ¡Tenéis que verlo!

Ron enfurruñó la nariz, mirándolas con desconfianza.

—Pero, ¿qué es lo que pasa?

—¡Ya lo veréis cuando lleguemos! —insistió a Hermione, tomándole a él y a Susan de la túnica para intentar arrastrarlos hasta la salida—. ¡Venga, vamos!

Harry miró a Cedric, y él le devolvió la mirada, intrigado.

—Está bien —aceptó el mayor, levantándose de su asiento para acompañarlas, y el pequeño le imitó, apresurándose para no quedar atrás.

Los seis abandonaron el Gran Comedor a toda prisa, abriéndose paso entre los corrillos de alumnos que entraban y salían, y cruzaron el umbral que separaba el vestíbulo principal de las frías mazmorras del castillo. Las muchachas les condujeron por un tramo de escaleras que, en lugar de dar al sombrío pasaje subterráneo que desembocaba en la clase de Pociones, llegaba a un amplio corredor de piedra brillantemente iluminado con antorchas y decorado con alegres pinturas, en su mayoría bodegones.

—¡Ah, espera...! —exclamó Harry a medio corredor—. Espera un momento, Hermione.

—¿Qué pasa? —murmuró ella, volviéndose para mirarlo con expresión impaciente.

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