Capítulo LXXIX - Densaugeo

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LXXIX —

❝ D e n s a u g e o❞

Al despertar el domingo por la mañana, a Hermione le costó mucho levantarse de la cama. Se había pasado toda la noche dándole vueltas a lo ocurrido en el banquete del día anterior, y la cabeza le dolía horrores. Para ella supuso un gran esfuerzo incorporarse en la cama, y sólo cuando se sintió preparada descorrió las cortinas del dosel, dándose cuenta de que Katie y Alicia seguían dormidas y que justo los ventanales helados mostraban un tímido amanecer.

Se levantó a duras penas, se vistió con lentitud, recogió sus cabellos rizados en una trenza a la que no prestó demasiada atención y abandonó su cuarto compartido sin haber comprobado su propia imagen en el espejo. Cruzó el vestíbulo superior y descendió las escaleras de caracol hasta el inferior, sin importarle abrirse camino entre los restos que habían quedado de la fiesta de anoche, hasta que se dio cuenta de que no estaba sola: Harry se mantenía erguido frente a uno de los ventanales, contemplando los terrenos nevados en absoluto silencio.

—¿No es muy temprano? —murmuró ella, logrando que el muchacho se percatara de su presencia y se girara para verla—. No recuerdo que hoy tengáis entrenamiento de quidditch.

Harry sonrió de lado. En su rostro se evidenciaba un profundo cansancio.

—No tengo ganas de seguir dando vueltas en la cama sin poder dormir —aseguró él.

Hermione le devolvió el gesto, sintiéndose completamente identificada con él.

—Yo tampoco —confesó—. ¿Y si bajamos a desayunar? No habrá mucha gente después de la juerga que se dieron anoche.

—Eso es un consuelo...

Estando de acuerdo y con algo más de entusiasmo, los dos atravesaron el agujero del retrato y se envolvieron en la calma que reinaba entre los pasillos y antesalas del castillo dormido, alcanzando rápidamente la Gran Escalinata.

Mientras bajaban hacia el Gran Comedor, la mente de Harry no paraba de bombear al son de sus temores internos, y no fue hasta que se encontraron en el descansillo del cuarto piso que se armó de valor para pronunciarse de nuevo.

—Hermione, yo... yo no os he mentido —balbuceó sin remedio—. Te puedo jurar que yo no...

—Sé que tu no pusiste tu nombre en el cáliz —lo interrumpió ella—. Te conozco demasiado. Eres como mi hermano.

Al oír aquellas palabras, los ojos de Harry se acristalaron con una fina capa de tristeza.

—¿De veras? —preguntó, como si no se lo terminara de creer.

Hermione se detuvo a mitad de escalera, quedando unos pocos peldaños por debajo de él, y le miró directamente a los ojos con una confianza ciega y desmedida.

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