Capítulo LXI - Revelio

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LXI —

❝ R e v e l i o

Hermione no sabía muy bien cómo se las había apañado Harry para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el pasillo sin ser descubierto: si a simple vista parecía que apenas daba muy clara cuenta de lo que hacía, no podía llegar a imaginarse lo que debía estar sucediendo en su cabeza... ni menos cuando ella misma era incapaz de hacer desaparecer las frases de la conversación que acababa de oír, resonando con impoluta claridad a cada segundo que pasaba.

Tanto ella como Ron observaron intranquilos al muchacho durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído ya que Percy se encontraba cerca. La castaña se mantuvo callada mientras el pelirrojo intentaba llenar la conversación hablando de tácticas de quidditch, ya apenas podía prestarle atención: se encontraba demasiado absorta preguntándose interiormente por qué demonios nadie le había explicado a Harry nada de aquello. Dumbledore, el Sr. Weasley, la profesora McGonagall, Cornelius Fudge... ¿por qué nadie le había contado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas. Hermione, viendo que Harry parecía ansioso por abandonar el lugar, le acompañó a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y se despidió de él, adentrándose en el propio. Abatida, se dejó caer sobre la cama con los ojos muy abiertos, e imaginándose a Black riéndose a pleno pulmón, sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido.

La muchacha no pudo pegar ojo hasta el amanecer, y al despertarse, se encontró el dormitorio desierto. Al percatarse de que era más tarde de lo que habitualmente se levantaba, se vistió y adecentó tan rápido como pudo y bajó la escalera de caracol con Crookshanks entre sus brazos hasta el vestíbulo, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Harry, que estaba concentrado en su libro de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—¿Ya se han ido todos? —murmuró ella, recordando que aquel día empezaban las vacaciones—. Será posible... ¿cómo he podido dormirme así?

—Pensaba ir a despertarte dentro de unos minutos —le sonrió el pelirrojo con los dientes manchados—. Ya casi es la hora de desayunar.

Hermione, dejando a Crookshanks extendido como un felpudo de pelo canela delante del fuego, se acomodó en una silla junto a la chimenea y observó el exterior a través de los ventanales, viendo como la nieve seguía cayendo.

—Escucha, Harry... —murmuró ella, creyendo que aquel sería el momento más adecuado—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer... pero creo que debo insistir en que no debes hacer ninguna tontería.

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