Capítulo LVI - Riddikulus

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LVI —

R i d d i k u l u s

En contra de los más fervientes deseos de Hermione, Madame Pomfrey apenas mantuvo a Malfoy más de un solo día encerrado en la enfermería, por lo que el muchacho pudo volver a las aulas justo la mañana del miércoles, cuando a los de Gryffindor y Slytherin les tocaba la asignatura que con tantas ansias esperaba la castaña: doble clase de Pociones.

Aquel día elaboraban una nueva pócima, una solución para encoger. Como era habitual, Harry y Ron se colocaron juntos en uno de los largos pupitres del aula, mientras que Hermione se acomodó junto a Neville, el que se había convertido en su compañero por excelencia. El muchacho apenas podía concentrarse en otra cosa que no fuera calmar su ansiedad durante aquellas clases que provocaban absoluto pánico en él, por lo que ni tan siquiera llegaba a ser consciente del juego de miradas en el que alumna y profesor se encontraban envueltos entre el humo incesante que emanaba de los calderos.

Resultaba para ambos inevitable observarse, contemplarse, admirarse entre sí. Cada vez era más evidente que se habían echado de menos, y al contrario que las primeras veces, ya no trataban de negárselo para sí mismos sino que se rendían ante el hecho. La lucha incansable que ambos habían tomado contra sus propios sentimientos y emociones ya formaba parte de las cenizas del pasado... y era mucho mejor así.

Fue en uno de aquellos aterradores paseos que Snape se dedicaba por entre los pupitres de sus alumnos, cuando la armónica atmósfera que se había creado se rompió a manos de su ahijado, quien había llegado a la clase con aires arrogantes, el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes y comportándose como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla. Aquél día, Malfoy había decidido colocarse junto al pupitre que Harry y Ron compartían para preparar los ingredientes.

—Profesor —lo reclamó el muchacho, interrumpiendo su incesante paseo—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

Snape, con el ceño ligeramente fruncido, fulminó al Slytherin de pies a cabeza: ese condenado crío se parecía demasiado a sí mismo... y estaba claro que tocar las narices lo había heredado de él, su padrino.

—Weasley —exclamó el hombre, ocultando la diversión que sentía bajo su fachada inexpugnable de seriedad—, córtaselas tú.

Ron se puso rojo como un tomate, y Snape, victorioso, reemprendió su andar.

—A tu brazo no le pasa nada, Malfoy —espetó el pelirrojo entre dientes.

—Ya has oído al profesor Snape, comadreja —le exigió el rubio con una sonrisita—. Córtame las raíces.

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