Capítulo IX - Chimichos

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ARESTO MOMENTUM

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ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO IX —

C h i m i c h o s

Hermione se deslizaba entre la oscuridad del inmenso castillo dormido como una sombra oculta que temía ser descubierta por cualquiera que deambulara, como ella, a aquellas horas de la madrugada. Había intentado prender la luz de su varita lo menos posible a medida que ascendía los interminables peldaños de la Gran Escalinata, equivocándose un par de veces de rumbo por culpa del movimiento súbito de las escaleras, y pretendía que sus pasos fueran lo suficientemente silenciosos como para no despertar a los cuadros, que dormitaban sonoramente dentro de sus marcos. Tuvo que detenerse en el descansillo del cuarto piso al vislumbrar en la lejanía el fantasma de Helena Ravenclaw perseguida por el Barón Sanguinario, y se apresuró en alcanzar el séptimo piso a toda prisa, llegando hasta él con el aliento atorado en la garganta.

La furia que la había acompañado en su salida de las mazmorras había sido rápidamente reemplazada por el miedo a ser descubierta, y no fue hasta que hubo cruzado un par de puertas ocultas y subió algunos peldaños que suspiró con alivio, sintiéndose a salvo frente al retrato dormido de la Dama Gorda. Se encontraba apunto de dar dos golpes cautos sobre su marco, dispuesta a despertarla para que la dejara entrar, cuando oyó unos pasos tras de sí que la alertaron por completo.

—¿Hermione?

Girando sobre sus talones, la muchacha intentó entrever algo en la oscuridad, y gracias a la débil luz de la luna que se colaba por los ventanales del pasillo contiguo, pudo distinguir una sombra dibujada a pocos metros de donde ella se encontraba.

—¿Cedric? ¿Eres tú?

Ella alzó la varita, dispuesta a iluminar discretamente el corredor en el que se encontraban, pero él fue más rápido. Pronto pudo contemplar su sonrisa afable gracias a la luz de su varita.

—Me has pegado un buen susto —admitió ella, tomando una curativa bocanada de aire—. ¿Qué haces aquí?

—Llevo un buen rato escondido detrás de una de las armaduras —esclareció él, casi en un susurro—. Temía que Filch me hubiera encontrado, pero al ver tu pequeña sombra he sabido que no podía tratarse de él.

Por primera vez en todo el nefasto día que la había acompañado hasta ahora, Hermione soltó una discreta carcajada.

—¿Estabas esperándome?

—Sí. Quería saber cómo estabas.

—Bueno... —murmuró ella, intentando no volver a caer en la trampa de sus pensamientos—. Agotada, a decir verdad. Pero me alegra seguir viva después de todo.

—Sí, eso es importante —asintió Cedric—. ¿Y la herida?

—Completamente sanada —aseguró ella, mostrándole cómo el rasguño había desaparecido por completo—. Ni siquiera ha dejado marca.

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