Capítulo 35: Visita inesperada

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Estaba molesto

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Estaba molesto. Molesto porque Mara se engañara de aquella manera que eventualmente terminaría por lastimarla; molesto porque había perdido todo lo que quedaba de mis padres y mi hermana; molesto porque estaba en un lugar donde el valor de los seres humanos era infravalorado; y, sobre todo, molesto, porque por fin me había armado de valor para decirle a Hele lo que sentía y Aydan, que parecía tener un radar para identificar los momentos íntimos, nos había interrumpido intencionalmente.

Sin embargo, decidí que tenía que regresar y decirle a Hele lo que sentía, pues algo me decía que no volvería a tener la oportunidad. Se avecinaban tiempos difíciles.

Caminé por los pasillos guiado por la música proveniente del hangar, hasta que estuve lo suficientemente cerca de la entrada, percatándome de que no era el único que había abandonado la fiesta.

Itsmani, Aydan y Helena parecían inmersos en una íntima conversación sobre la vida que concluyó con las palabras de Hele y Aydan al unísono:

—Te queremos mucho, pequeño.

Miré atentamente el rostro de Hele, surcado por un sufrimiento que sobrecogió mi corazón, ¿qué le había dicho ahora el imbécil de Aydan?

Me aproximé a ellos determinado a no callarme esta vez.

Los tres se volvieron hacia mí al escuchar mis pasos, pero la mirada que más me pesó fue la de Hele, quien sonrió inmediatamente al verme.

—¡Ian! —exclamó aproximándose a mí.

Le devolví la sonrisa y abrí la boca para decir lo que tenía que decir, pero la cerré de golpe al ver el cambio radical en la expresión de Hele. La sonrisa se esfumó sin dejar rastro, dejando en su lugar una mueca de sufrimiento que pronto se transformó en un grito desgarrador.

—¡Hele! —exclamé asustado.

Los ojos de ella se anegaron de lágrimas antes de que cayera al suelo de rodillas. La sostuve por los brazos impidiendo que cayera completamente al suelo.

—¡Aydan! —dijo el pequeño acercándose al hijo de Fuego, quien se tomaba la cabeza con ambas manos y gemía silenciosamente con un dolor que parecía similar al de Hele.

—¡Hele! —insistí— ¿Qué pasa?

—El cuadro... —murmuró ella con la voz entrecortada, su respiración era agitada— Ella está muy débil... no es el momento...

—¡¿Qué hago?! ¡¿A dónde te llevo...?!

Pero todo lo que recibí por respuesta fue un grito desgarrador y lágrimas que salían a borbotones de sus ojos. El dolor de Hele parecía tan fuerte, que comenzó a retorcerse entre mis brazos sin reaccionar a mis llamados.

Cuando por fin logré encontrarme con su mirada, sus ojos se habían vuelto completamente azules, brillando con una intensidad que me cegó por un momento. Me volví hacia Aydan comprobando que con él había sucedido lo mismo; sus ojos rojos refulgían, amenazantes.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora