Capítulo 18: extraños conocidos

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Mi ánimo bajó totalmente ante la vista de la improvisada aldea

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Mi ánimo bajó totalmente ante la vista de la improvisada aldea. Sentí como si mi corazón se hubiera encogido, parecía que alguien le hubiera hecho un apretado nudo que ni siquiera me dejaba respirar.

En primer lugar, ¡las casas no podían calificarse como tales! Era tan indigna la precariedad de la situación que hasta el dolor humano se palpaba en el Aire.

La gran pregunta para mí en ese momento era por dónde empezar. Teníamos que esperar al atardecer para hacer uso de las semillas y tal vez para entonces podríamos convivir un poco con ellos, ¿pero con quién hablaba primero? ¿Quién sería el portavoz de nuestras intenciones y puente de comunicación con estas personas?

Me acerqué a una señora recargada contra sus "paredes" de cartón. Su mirada estaba perdida y sus ojos entrecerrados. Su cabello estaba enmarañado y apenas se podía reconocer su verdadero color de piel, camuflajeado por capas de tierra y sudor.

Me hinqué a su lado.

—Disculpe, señora... —ella no se inmutó y continuó mirando perdida hacia el cielo— ¡Señora! —repetí, expectante.

Pasaron largos segundos hasta que logré conseguir mudas palabras de su boca y un cansino movimiento de mano, como si le hablara a alguien más allá de mí.

—Mucho gusto, mi nombre es Helena —me presenté mostrando mi mejor sonrisa. La mujer pareció reparar en mí por primera vez, pero su atención no duró mucho.

"¿Por dónde empezar?" me repetía una y otra vez, como eco incesante dentro de mi cabeza.

Entonces una mano se posó sobre mi hombro derecho, provocando mi sobresalto.

Me volví bruscamente y me encontré con el rostro serio de Aydan.

—Tranquila —murmuró encontrándose con mi mirada—, ya encontraremos la manera de hablar con ellos.

Entonces me percaté de la humedad en mis ojos y me la quité rápidamente con los dedos índices. Reparé justo a tiempo en mi mano malherida para detenerme a medio camino.

Aydan me ayudó a incorporarme y yo sólo me dejé llevar.

Sentí su mirada sobre mí mientras caminábamos, pero no me atreví a mirarlo a los ojos, temerosa de romperme en llanto.

—Helena... —vaciló, al tiempo que yo me deleitaba silenciosamente por una vez más escuchar mi nombre de sus labios— Llora cuanto necesites en este momento, no temas esconder tus verdaderas emociones hacia mí. Sé que tengo mal temperamento, pero tú dijiste que estamos juntos en esto, así que considérame como apoyo.

Aquellas palabras terminaron por quebrarme. Las lágrimas corrieron a borbotones por mi rostro mientras llegábamos al extremo más cercano a la maleza y nos sentábamos en el suelo.

Desde ahí podíamos ver las chozas, pero a mí me era casi imposible distinguirlas pues las lágrimas nublaban mi vista.

Aydan guardó silencio. Ambos esperábamos a que mis sollozos se calmaran, pero por más que me esforcé, aquello no sucedió. Cada vez que trataba de respirar hondo pensaba en el rostro de la mujer, ¿en qué estado estaba como para ni siquiera poder reaccionar? ¿Por qué existía tal injusticia? ¿Quién decidía que ella tenía que pasarlo mal?

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora