Llevar a Aizea por un helado fue una experiencia divertida. Ella no parecía muy familiarizada con las texturas, así que su primer impulso cuando le entregaron su helado fue tocarlo con sus manos.
Sus ojos transparentes relucían de la curiosidad.
Se volvió hacía mí cuando le mostré lo que tenía que hacer con el helado.
Ella estaba sorprendida.
—¿Entonces lo metes a tu boca y se derrite? ¿No hay que masticarlo? —preguntó incrédula— ¿Y de qué está hecho? ¿Por qué se derrite?
Solté una carcajada.
—¡Primero pruébalo y después hazme todas las peguntas que quieras! —exclamé divertido, disfrutando mi helado de chocolate.
Un gusto muy común, pero debía admitir que ese sabor siempre había sido mi favorito. Al menos desde que tenía memoria. Mis papás lo sabían y en mi cumpleaños solía ser el único día que me compraban un bote entero y dejaban la administración de su contenido a mi libre albedrío. Normalmente no pasaba del día.
Aizea por fin acercó el helado a su boca.
La miré expectante.
Me di cuenta de que había olvidado decirle que no podía comer mucho de un solo bocado porque se le congelaba el cerebro, pero para ese momento era demasiado tarde, Aizea ya había engullido la mitad.
Su rostro palideció. Apretó los ojos antes de tragar con dificultad.
La chica que nos sirvió los helados rió disimuladamente detrás del mostrador al ver la expresión de Aizea.
Ella abrió los ojos de golpe y me miró genuinamente confundida.
—¡¿Cómo te puede gustar algo así?! —exclamó después del congelamiento momentáneo de su cerebro.
No pude evitar reír a carcajadas, contagiando mi risa a la chica de los helados, que esta vez tampoco pudo aguantarse y rió abiertamente.
Aizea frunció el ceño sin perder la confusión en su mirada.
—¡No entiendo qué es lo divertido! ¡Sentí como si mi cabeza se hubiera congelado! ¡¿Por qué?!
Una vez que hube medianamente recobrado la compostura me volví hacia ella:
—Es una reacción natural del cuerpo humano cuando ingieres con mucha rapidez un alimento frío —le expliqué tratando de aguantar la risa.
El desconcierto en su rostro se vio sustituido por una alegría que me hizo parar de reír de golpe y mirarla fijamente.
Ella me devolvió la mirada y sonrió antes de continuar:
—Bien, entonces lo ingerí muy rápido... Explícame, Ian, una vez más, cómo se ingiere este alimento —me pidió extendiendo su helado hacia mí.
ESTÁS LEYENDO
Ojos de Agua y manos de Fuego
FantasyPrimero que nada y creo que probablemente ya lo sepas: el Agua NO habla. Y no lo sé por ser como tú ni como los otros, lo sé, porque yo soy Agua. El silencio es la peor de mis eternas maldiciones, así que ahora que mi madre Mar me ha dado la oportu...