Capítulo 24: Agua de mi propio pantano

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Me desperté con una sensación inquietante en el pecho

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Me desperté con una sensación inquietante en el pecho. Cuando miré a mí alrededor me encontré con un espacio vacío. Sólo estaba el hermano mayor, inmóvil, mirando hacia el techo.

—Buenos días —lo saludé antes de abandonar la casa.

Como la mañana anterior, la gente estaba recolectando. Algo había hecho el árbol que la cosecha era diaria y autosustentable; eso era un gran alivio.

Me senté a observar, esperando que alguien se acercara a mí si tenía algún problema, pero me alegré al comprobar que todo marchaba bien, el entusiasmo general era palpable en el ambiente.

Entonces me percaté de una figura demasiado conocida como para pasarla por alto. Entorné mi vista segura de que estaba viendo mal.

—¡Helena, Helena! —gritó Itsmani— ¡El señor ha regresado!

Fruncí el ceño al tiempo que el pequeño corría hacia mí para tomar mi mano, ¡qué diferencia era verlo limpio!

Me jaló con insistencia, pero yo me incorporé con parsimonia y apenas me limpié la Tierra de los pantalones, caminé tras él intentando retrasar el encuentro... ¿Qué le iba a decir? ¿Me abandonaste por dos días?

Suspiré escuchando los gritos de diversión de los niños. Sólo los adultos, como siempre, mantenían su distancia cuando pasábamos a su lado, pero todos irradiaban una cierta alegría.

Desde ahí podía sentir la mirada taladrante de Aydan. No nos perdió de vista, ni siquiera cuando quedamos frente a él.

Ninguno de los dos sonrió.

Yo aún no sabía qué decir.

—Lo siento —comenzó—. Lamento haberme desaparecido de esa manera. Estaba demasiado molesto para poder controlarme y no quería cometer ninguna estupidez.

Entonces por fin me digné a encararlo y me arrepentí, porque en el momento que sus ojos se encontraron con los míos, el hormigueo que recorrió mi cuerpo entero me impidió pensar con claridad.

Él se acercó un paso más y pensé que me abrazaría, pero no pude saberlo, porque nos vimos interrumpidos por un extraño alboroto que se armó entre los adultos.

Itsmani, que como siempre, fue mis oídos y ojos de la comunidad, corrió a escuchar del reciente suceso.

Aunque no tendría que darnos muchas explicaciones, porque acto seguido varios comenzaron a lanzarle miradas de odio y temor a Aydan.

Me volví hacia él con la duda dibujada en el rostro, buscando respuestas.

Él guardó silencio.

Algunos adultos pasaron y escupieron a nuestros pies mientras otros se iban.

Itsmani volvió al poco rato con una extraña expresión que no auguraba nada bueno.

Me hinqué para quedar a la altura de sus ojos y lo tomé por ambas manitas.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora