Capítulo 34: Buscando al enemigo

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—¡Qué sorpresa que tu bocota esté cerrada! —se burló Cook taladrándome con la mirada

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—¡Qué sorpresa que tu bocota esté cerrada! —se burló Cook taladrándome con la mirada.

Seguramente lo decía, porque había visto cómo Nirva acariciaba la frente de la chica de Aire y, aunque sentí repulsión, no hice ninguno de mis comentarios habituales. Había estado observando el proceso en silencio. Alexandrina y Nirva llevaban muchos días cuidando a la hija de Aire, pero ella continuaba inconsciente, recostada sobre la cama de aquella habitación medianamente decente. Gaiam no había consentido el proceso, entonces habían tenido que colocarla en una habitación lejos de las miradas curiosas para que no se corriera la voz de nuestra falta.

Todo ese proceso me parecía absurdo, pues de cualquier manera acabaría en los calabozos después de que le sonsacáramos la información necesaria.

Con ese pensamiento, me fui a merodear un rato por la cocina. Probé los platillos que preparaban para el desayuno ignorando las miradas reprimidas y frustradas de las cocineras, ¡trabajaban para alimentarme, no tenían derecho a protestar!

—Nada rico esta mañana —murmuré algo malhumorada saliendo de la cocina y caminando por los pasillos sin rumbo fijo.

Un par de veces me crucé con sirvientes que bajaban la mirada ante mi presencia, lo cual me divertía sobremanera, hasta que finalmente llegué a la parte del castillo que nadie visitaba, la parte abandonada. Definitivamente ahí no había sirvientes que asustar.

Recordé la noche que llegamos, cuando yo apenas era un ser inocente en este mundo. El poder y la sed de devastación que teníamos mis hermanos y yo en el momento que pisamos este mundo obligó a Gaiam, junto con los siopes, a utilizar su poder para calmarnos. Los efectos colaterales de aquel ataque fueron devastadores; terminó por masacrar a los soldados y con una fuerte bola de energía había volado en pedazos el ala este del castillo.

El Aire agitó mi cabello suelto cuando me acerqué al precipicio donde terminaba lo que quedaba del casillo. El vértigo me embargó por un momento. Yo en realidad no era muy dada a las alturas.

Recordé los gritos de los hombres, mujeres y niños sucumbiendo ante el poder de la explosión y cayendo hasta lo más profundo de aquel hoyo negro interminable. No hubo manera de recuperar los cuerpos.

Sonreí.

"Como si alguien los extrañara" pensé con indiferencia antes de dar la media vuelta y aproximarme a un cuadro de enormes dimensiones que se había rasgado por la mitad. De las orillas estaba carcomido por el Fuego, pero aquello no era suficiente para no poder avistar la figura de una mujer joven al centro. Era de cabellos castaños y quebrados, de facciones endurecidas, de porte elegante y altivo. Sobre su cabeza tenía una radiante corona de plata.

Nirva decía siempre que era una imagen muy bella. A mí solo me causaba repulsión.

Se trataba nada más y nada menos que de la princesa perdida. Se rumoraba que hace cien años aquel castillo había pertenecido a la familia real de Zagro; dos admirados gobernantes que habían concebido a una hija rebelde, quien, en lugar de sucumbir al mismo destino que su reino, había escapado el día de su coronación. El mismo día que el reino cayó en manos de Gaiam.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora