Capítulo 33: Nuestros hermanos

1.4K 155 0
                                    

Desde aquel día que Maximiliano nos dio aquella exhaustiva explicación sobre nuestro origen, las dudas no hicieron más que multiplicarse: ¿qué era una dimensión? ¿qué garantizaba que al regresar a los complementos y a Gaiam de donde habían venido,...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Desde aquel día que Maximiliano nos dio aquella exhaustiva explicación sobre nuestro origen, las dudas no hicieron más que multiplicarse: ¿qué era una dimensión? ¿qué garantizaba que al regresar a los complementos y a Gaiam de donde habían venido, no pudieran regresar de nuevo a la Tierra? Además, una parte de mí no estaba dispuesta admitir que la madre Naturaleza solo nos hubiera enviado con figuras humanas para cumplir un ciclo... ¿Era únicamente eso lo que había detrás de todo este desastre?

No solo pensamientos de ese estilo me asaltaban sin parar, sino también el hecho de que Mara e Ian parecían incómodos con aquel nuevo hogar. En variadas ocasiones traté de entender los sentimientos que los embargaban, pero cada vez que hablaba con Mara, su rechazo parecía aumentar, mientras que Ian no podía evitar adoptar una actitud falsamente optimista, detrás de la que se ocultaba una que yo no era capaz de descifrar. Definitivamente mi capacidad empática todavía no estaba lo suficientemente desarrollada.

Sin embargo, lo que más trabajo me costaba admitir, era el hecho de que Aydan y yo seguíamos... distanciados. Cada vez que lo veía, me enojaban sobremanera las palabras no habladas. En mi interior causaba una desconfianza que no me permitía recuperar la amistad que habíamos logrado en el hogar de Itsmani. No era que quisiera obligarlo a que me dijera en dónde había estado por dos días, o que siquiera lo contemplara como el autor del asesinato de la madre de Itsmani... no, no... era absurdo lo que me aquejaba: el beso, aquel maldito beso a Angélica.

Más allá de aquellos agobiantes pensamientos, mi vida se encontraba ocupada con una apretada agenda que tampoco parecía darme un respiro. Aprendimos a convivir con técnicos, ingenieros, generales de división, coroneles, cadetes y elementos. La dinámica del espacio era impresionante e inevitable. Todos en el fuerte se levantaban desde las seis de la mañana y terminaban actividades hasta las siete de la noche. Itsmani también demandaba atenciones a lo largo del día, así como Maximiliano, quien de vez en cuando nos hablaba al cuarto de operaciones para aprender sobre nosotros.

—¿Qué sucedió con tu mano? —me preguntó un día.

La escruté con la mirada, como si esperara que así recuperara su color original. Sin embargo, permaneció igual. Era exactamente el mismo color que había adquirido el día que Aydan la quemó.

Suspiré. Ese día... el beso...

—Fue un accidente...

Lin, sentado en su lugar de siempre, tocó una de las pantallas de cristal con su dedo índice, deslizando distintas imágenes que en ese momento no tenían sentido para mí.

—Pero deberías poder regenerarte, es ilógico... —dijo la proyección de Maximiliano.

—Ni siquiera nosotros hemos podido encontrar una respuesta. Sucedió un día que Aydan entró en rabia y tenía mis muñecas entre sus manos. Su furia se convirtió en Fuego y me quemó. Desde entonces no hemos podido deshacernos de la marca —expliqué recordando el dolor de aquella noche.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora