Capítulo 6: Mi hermano Tierra

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Seguí los impulsos de mis piernas, que parecía que se regían por algún sistema automático, porque me llevaban contra mi voluntad

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Seguí los impulsos de mis piernas, que parecía que se regían por algún sistema automático, porque me llevaban contra mi voluntad.

—¡Helena!

Había algunos escombros y gente caminando de un lado para otro, pero nada de eso fue un impedimento para mí, yo continuaba con mi cada vez más insistente carrera.

Mi corazón estaba palpitante cuando me adentré en la maleza.

—¡Helena! —escuché de nuevo.

Se empezaron a oír sirenas, más voces... pero mi cabeza continuaba girada hacia delante. Con cada paso que daba mi pulso se aceleraba un poco más hasta el punto de que sentía que mi corazón se partiría por la mitad para irse volando.

En cambio, la selva era el vivo silencio que le sigue siempre a una catástrofe. Era como si todos callaran, expectantes... La Naturaleza sabía que algo se había removido en las entrañas de la Tierra.

Algo muy grande venía.

Entonces llegué a un espacio abierto en el que las palmeras que lo rodeaban se volvieron árboles con enormes raíces que sobresalían del suelo.

—¡Helena! —sólo alguien podía llamarme así.

Me volví hacia Ian.

—Espera... —murmuré acercándome a uno de los árboles.

Pasé a su lado sintiendo su mirada posada sobre mí. No me giré para darle ninguna explicación, yo estaba más bien concentrada en las raíces del árbol, que se movían como si tuvieran vida propia...

Descubrí la figura de un humano formado por las mismas. Tenía la boca abierta y miraba con misericordia hacia el cielo.

—¿Qué es eso? —dijo Ian detrás de mí.

Me acerqué un poco más y pude descubrir los dedos de sus manos, que a pesar de que estaban tiesos, se movían levemente...

Escuché un débil murmullo proveniente aquella boca de raíces. Di otro paso hacia delante esperando entenderle mejor, pero aún así no comprendí nada.

Su brazo se extendió hacia mí sin previo aviso con una rapidez inhumana. Ian me tomó del brazo y me jaló hacia un lado, pero no fue suficiente, pues las elásticas raíces nos envolvieron a los dos y nos jalaron hacia aquel extraño ser.

Él nos acercó a su boca.

—Ya llega el momento... ya llega el momento... —repetía una y otra vez.

—¿Hermano?

—Ya llega el momento... —la respiración de Ian comenzaba a agitarse— ya llega el momento.

Y mientras el hombre de raíz decía esto, de su cabeza empezó a crecer un cabello castaño terroso, unos ojos verdes empezaron a avistar en lugar de las cuencas vacías y su pecho comenzó a subir y bajar indicando la existencia de un corazón. Cuando su mano se volvió humana, Ian y yo caímos al suelo.

Ian procuró que mi cuerpo cayera sobre el suyo, tratando de amortiguar la caída.

Me ruboricé levemente al levantarnos y le agradecí con la mirada.

—¿Qué hago aquí? —preguntó mi hermano. Me miró con la gran duda dibujada en el rostro... como seguramente yo lo habré hecho cuando llegué a este mundo.

—¿Quién eres? —respondí con otra pregunta.

Él se inclinó hacia el suelo y dijo:

—Soy hijo de la madre Tierra, pero no comprendo qué hago aquí, si alimentaba a las plantas con los nutrientes entrantes en sus raíces.

Sonreí.

—No te preocupes, hermano. Soy hija de Mar y llegué a mi cuerpo humano en las mismas condiciones que tú.

Entonces me miró fijamente.

—¿Hija de Mar?

Asentí con la cabeza y me incliné hacia delante, extendiendo mi mano para que se convirtiera en Agua.

—Mi nombre es Helena —le sonreí fugazmente a Ian al decir estas palabras.

Esto provocó que mi hermano reparara en Ian que miró incómodo hacia los lados.

—¿Tú de quién eres hijo? —preguntó mi hermano levantando la voz.

Ian se colocó una mano sobre la nuca.

—Bueno... mi madre es Miranda —aquello sonó más como una pregunta que una afirmación.

Mi hermano frunció el ceño.

—Él me rescató a mí y ahora nosotros te rescatamos a ti —le expliqué lentamente—. Yo llegué a este mundo sabiendo lo mismo que tú.

Lo que más me llamaba la atención de mi hermano, era que tenía los ojos tan verdes que parecían cristalinos. Se veía tan desorientado como yo al principio, lo que me hizo pensar que lo mejor sería que tuviera nombre pronto.

—Ian... Deberíamos darle un nombre también.

—¿Nombre?

—Aquí la población se distingue por nombres —expliqué.

—Sorem... —murmuró Ian con una extraña seguridad que no concordaba con su volumen.

—¿Sorem? —repitió mi hermano extrañado.

—Sorem significa antepasados. Y la Tierra es el lecho de nuestros antepasados.

¡Aquellas palabras me parecieron tan originales! Pude ver cómo se dibujaba una pequeña sonrisa en el rostro de mi hermano.

—Mucho gusto, Sorem —dije animadamente.

—Sorem —repitió esta vez, pero con una cierta alegría.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora