Capítulo 32: Desconfiar

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El vehículo no tenía ni siquiera ventanas para ver hacia dónde nos llevaban

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El vehículo no tenía ni siquiera ventanas para ver hacia dónde nos llevaban. Era como una bóveda, hermética y metálica.

¿Sabían Sorem y Aydan en lo que nos habían metido? Sentí mi elemento alterado en mi interior, revolviendo mis ideas y mis emociones. Todo había sucedido tan rápido... la fiesta, el cuadro, el hospital ¡¿Y ahora esto?!

—¡¿Cómo podemos confiar en ella?! —pregunté a nadie en particular, con la respiración agitada, tratando de recuperarme de la reciente actividad— ¡No sabemos de dónde salió!

Sorem ni siquiera se inmutó ante mis palabras, solo me miró fijamente.

—Me provocó confianza —fue todo lo que respondió.

La verdad es que no pude contra esa lógica. Sorem, de todos nosotros, era el que más tenía los pies sobre la Tierra. Su tranquilidad imperturbable le permitía pensar con mayor claridad en momentos tan críticos como aquellos.

Suspiré, incapaz de encarar a Aydan. No hablaría con él todavía. Y con este firme pensamiento, atraje a Itsmani hacia mi regazo, extrayendo el Agua de su ropa. El pequeño tiritaba, pero me volteó a ver con una sonrisa de oreja a oreja. Era el único que se la había pasado bien y eso me tranquilizaba.

—¿Podemos irnos en una Ola otra vez? —me preguntó, provocando mi risa.

Acaricié su cabello con ternura.

—Otro día, Itsmani, mejor trata de descansar.

El pequeño hizo un puchero, pero no rechistó. En cambio, se recostó sobre mis piernas todavía tiritando. Definitivamente el metal del entorno y el Aire acondicionado que salía de una rendija en el techo no ayudaban.

Entonces, sin previo aviso, Aydan se incorporó de su lugar y cargó al niño. Su cuerpo emanaba un agradable calor.

Itsmani se volvió hacia mí con los ojitos vidriosos.

—¡Yo quiero dormir con Hele! —exclamó.

Aydan se volvió hacia mí y entendí de inmediato los pensamientos que cruzaban por su cabeza.

Mi cuerpo entero se tensó. No estaba dispuesta a aguantar su cercanía, pero parecía que no teníamos de otra si queríamos evitar que el niño se resfriara, así que con un seco ademán de la cabeza le indiqué al hijo del Fuego que se sentara a mi lado.

Aydan sonrió con una suficiencia que me sacó de mis casillas, pero en el momento que se sentó, mis pensamientos no pudieron concentrarse en otra cosa que no fuera su cálido hombro rozando con el mío.

Desvié la mirada, tratando de controlar el hervidero de Agua que bullía en mi interior.

Itsmani recostó su cabeza en mis piernas y traté de llevar toda mi atención a acariciar suavemente su ceño y tararear la canción de Mar para que se durmiera. En algún momento del viaje, el calor de Aydan incluso se volvió arrullador para mí y me pregunté qué pasaba por su cabeza para emanar una paz así.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora