Capítulo 17: Interno, externo, interno, externo...

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Me recargué sobre la pared blanca de concreto, esperando a que algún cliente llegara a combatir a ese aburrimiento que amenazaba con matarme lentamente

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Me recargué sobre la pared blanca de concreto, esperando a que algún cliente llegara a combatir a ese aburrimiento que amenazaba con matarme lentamente. Ya había pasado una semana desde la desaparición de Helena.

Entonces Gabriela salió del baño de empleados y se acercó a la caja mirándome con ojos serios.

—¿No llegó alguien en mi ausencia? —era una pregunta innecesaria, tomando en cuenta que los dos ya sabíamos la respuesta.

—No —respondí de todos modos. Desde que habían puesto el supermercado enfrente, la gente había dejado de pasarse por local del señor Frederick. Yo tenía ya un pie fuera de aquel lugar, sólo estaba esperando a que el señor Frederick me despidiera.

—Aquí es demasiado aburrido y monótono —dijo Gabriela jugueteando con sus dedos y revisando sus uñas—. Podríamos irnos de aquí a un lugar más interesante, regresar y el lugar seguiría igual, ¡y de todos modos, el señor Frederick nos pagaría!

Reí divertido ante su comentario y por enésima vez en el día me fui a revisar el inventario. Lo había estado haciendo cada vez que el aburrimiento tenía las de ganar. Me paseé entre los estantes, observando víveres y precios. En la mañana dos niñas habían venido por paletas heladas, así que al menos la nevera se veía usada.

Suspiré y revisé la hora...

—¡Rayos, Gaby! Voy a llegar tarde a la universidad.

Ella se encogió de hombros sonriendo.

—Te puedes quedar aquí. Así no moriré sola de aburrimiento.

Le correspondí con una sonrisa y una suave negativa:

—No, no estaría bien... pero te prometo que mañana me quedo un rato más para que no te petrifiques en este lugar.

Rió y a continuación, sus cejas se fruncieron coquetas.

—¿Es una promesa?

Asentí con la cabeza y le guiñé un ojo antes de desaparecer de su vista.

Llegué a la clase justo unos segundos antes de que el profesor comenzara con su bienvenida habitual. Sin embargo, mi puntualidad —nótese el sarcasmo— no evitó que al entrar sintiera la mirada de varios posarse sobre mí. La que más me pesó fue la del maestro, desde la puerta pude ver su ceño fruncido.

Me acerqué a los lugares de adelante.

—¿Dónde andabas? —me preguntó Tom.

—En el trabajo.

Dejé mi mochila en el suelo y me senté intentando hacer el menor ruido posible.

—Angélica te mira de nuevo —me dijo Tom al oído sonriendo divertido.

La miré de soslayo y pude notar que le susurraba algo a su amiga.

—Señor Thompson, no estamos en la primaria como para recordarle que a esta clase se viene a poner atención. Considero que ya tiene la madurez necesaria para comprender que no tiene diez años para andarlo sacando del salón —dijo el profesor con despectivo sarcasmo.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora