Capítulo 19: Sanación

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Pasé varios días en cama, desesperado por hacer algo

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Pasé varios días en cama, desesperado por hacer algo. Lo mío no era estar sentado todo el día, necesitaba moverme. Sin embargo, la compañía no era mala. Sorem y Aizea se sentaban las horas a platicar conmigo, aprender a jugar cartas o parpadear mientras esperábamos el regreso de Mara del trabajo. Cuando ella llegaba a casa, se ponían a cocinar la cena y yo me quedaba en la planta superior leyendo algún libro.

Debo admitir que lo que más me desesperaba de estar así, era que no podía continuar con la búsqueda de Hele. Con cada día que pasaba, sentía que la oportunidad se escapaba de mis manos. Lo único que podía hacer era marcar por la mañana a la comisaría.

Ese día contestó el mismo policía de siempre. Ya conocía mi nombre, incluso hubo ocasiones en las que teníamos una pequeña plática trivial antes de la pregunta habitual:

—¿Ya saben algo? ¿Encontraron algo?

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.

—Lo siento, señor Soler, pero no. Aún no ha habido noticias.

Suspiré. Si no había noticias, entonces no servía de nada pedirle que me pasara con el detective.

—Bueno, oficial, pues entonces no le quitaré más de su tiempo.

—¡No hay problema! ¡Espero su llamada mañana por la mañana!

Sonreí antes de decir "adiós" y colgar.

Dejé el celular sobre la mesita de noche y exhalé exasperado, volteando a ver hacia el techo... ¿Qué más quedaba?

—Podemos llevarte afuera si quieres.

Entonces volví la vista hacia la ventana. Las palmeras afuera se agitaban con la cálida brisa, mientras que el Sol hoy brillaba espectacularmente. Me imaginé surfeando o nadando en el Mar, me imaginé jugando con Tom y el resto del equipo un partido de voleibol... ¿En qué momento podría volver a hacer esas cosas?

—¿Cómo si debo reposar? —repuse sin mucho entusiasmo.

Aizea se volvió hacia su hermano de Tierra, y parecieron tener un diálogo silencioso del que no pude formar parte. Su intercambio de miradas se prolongó hasta que Sorem se dirigió hacia la puerta de cristal que daba al balcón, y la abrió.

El Aire rápidamente se introdujo, impregnando el ambiente de un olor salado. Era tan cálido que pesaba agradablemente.

Entonces Sorem levantó sus brazos y comenzó a moverlos como en una extraña danza cuyo significado entendí cuando empezó a crecer un árbol de tronco ancho en mitad del jardín.

El sobresalto ante tal imagen me hizo incorporarme de golpe, pero unas suaves manos me obligaron a quedarme sentado en mi lugar.

Me volví hacia Aizea tratando de pronunciar alguna frase coherente, pero había perdido momentáneamente la capacidad del habla, ¡¿qué rayos le estaban haciendo al jardín?!

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora