Capítulo 40: Ojos de Agua y manos de Fuego

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Regresamos al hotel sin hablar mucho

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Regresamos al hotel sin hablar mucho. Nuestros padres nos habían dejado una ardua tarea de profunda reflexión. Yo estaba desilusionada y exhausta; sin embargo, había tres conceptos que rondaban mi mente sin parar y que dificultaban mi trabajo de serenarme: alma pura, alma voluntaria y el corazón del padre Sol.

Por fin nos detuvimos frente a la puerta de mi habitación. Aydan rebuscó en los bolsillos de su pantalón y maldijo en voz baja.

—Perdí las llaves —aclaró fríamente.

No podía culparlo, pues el Agua lo había zarandeado mucho. Seguramente las llaves se encontraban en posesión de mi madre en este momento.

Bajamos a la recepción y pedimos llaves de repuesto. El recepcionista nos atendió con exagerada amabilidad y me pregunté si bajo aquella fachada de amabilidad existía un alma pura...

¿Cuáles eran los criterios para determinar la pureza de un alma? Me pregunté, confundida.

—Hay un mensaje para ustedes —añadió el recepcionista sin perder la sonrisa.

Lo miré sin verdaderamente mirarlo, sumida en mis pensamientos.

—Gracias —dijo Aydan recibiendo un mensaje escrito en papel.

Regresamos a mi habitación aún sin romper el silencio.

Aydan logró abrir la puerta. Mi primer impulso fue salir al balcón que daba a la playa y hacia la inmensidad de mi madre.

Me recargué sobre el barandal y dejé caer mi cabeza, exhausta.

Sentí la presencia de Aydan a tan solo unos palmos de distancia. Su cuerpo emanaba el calor de siempre. Combinado con el calor de aquel Sol de atardecer, sentía que mi Agua se derretía; que en cualquier momento perdería mi figura humana.

Aydan desdobló el papel que el recepcionista nos había entregado hacía un momento:

Gaiam tiene al general, al niño, al joven Ian, a su hermana y a Sorem. Los planes han cambiado, nos comunicaremos con ustedes al amanecer —leyó.

A cada palabra que pronunciaba, sentía cómo mi espíritu se quebraba un poco más, hasta que no pude evitarlo más, y mis piernas, temblorosas y casi líquidas, me dejaron caer al suelo de baldosas.

Lloré mucho. El padre Sol y mi madre fueron testigos de cómo las lágrimas recorrían mi rostro sin parar, rendida yo ante mi inestabilidad, misma que no había recuperado a pesar de haber hablado con mi madre.

Aydan permaneció a mi lado sin decir nada.

—Si queremos salvar a Ian y a Itsmani, tenemos que encontrar un alma pura y una voluntaria —murmuré una vez que mis sollozos se hubieron calmado—. Eso dijeron mis hermanas, eso dijo mi madre.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora