Capítulo 19: enojo y tristeza

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Cuando el padre Sol empezó a hacer su acostumbrada salida, Aydan y yo nos acercamos a las chozas e hicimos un hoyo en el suelo donde metimos las semillas y las cubrimos nuevamente con Tierra

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Cuando el padre Sol empezó a hacer su acostumbrada salida, Aydan y yo nos acercamos a las chozas e hicimos un hoyo en el suelo donde metimos las semillas y las cubrimos nuevamente con Tierra. Yo me encargué de hidratar vastamente la misma para que las semillas pudieran germinar.

Fue una acción silenciosa de la que nadie tuvo noción pues la Luna, cómplice nuestra, nos escondía bajo un manto de oscuridad.

"Mañana podremos hacer algo por ellos" pensaba una y otra vez desesperada ante una noche tan martirizante como aquella.

Volvimos como sombras al borde del claro, en donde me senté y atraje mis rodillas hacia mi pecho preguntándome si era posible hacer que el tiempo pasara más rápido.

Entonces de las manos de Aydan salió Fuego; un Fuego que se transformaba. Primero salió un caballo que corrió a mí alrededor, casi podía escucharlo relinchar. Después apareció un delfín que fluía como el Agua y daba saltos. Animales de Fuego desfilaban ante mí en una danza silenciosa que se me antojaba contagiosa.

Hice un caballito de Mar con delicadeza cuando un gato de Fuego se puso a juguetear con él.

Reí mientras mis ojos se anegaban de lágrimas.

Aydan sonrió. Acto seguido, un oso bebé apareció frente a mí. Sus ojos curiosos relucían por el Fuego.

Las lágrimas se amontonaron en la comisura de mis labios. Él las limpió con suavidad. Por alguna razón, su tacto quemaba de forma agradable... ¿sería algún truco suyo? ¿o era mi propio sentir?

Sus ojos no soltaban los míos.

—No sufras, si sabes que pronto va a cambiar. Vamos a ayudar a esa gente. Sé feliz por ello —murmuró.

Asentí bajando la mirada. Si bien, sus manos habían dejado de limpiar mis lágrimas, el rastro de su tacto seguía quemando agradablemente en mi rostro. La sensación era definitivamente reconfortante.

El resto de la noche platicamos sobre cosas triviales, como el suelo, los animales, las personas y otras cosas referentes a lo que éramos, hasta que dio el alba y cuando me volví hacia el lugar donde habíamos plantado las semillas, pude ver gratificantemente cómo comenzaba a crecer un árbol con una rapidez vertiginosa. Era como si se construyera solo. Al poco rato ya tenía gruesas raíces que sobresalían del suelo y las ramas le brotaban como extremidades pobladas de hojas verdes y moradas. Llegó a tal altura que sobrepasaba a la población arbórea del lugar.

Mi emoción fue tal que impulsó a mi cuerpo hacia delante, de manera que corrí con todas mis fuerzas hasta quedar frente a él y tocar su rugosa y flexible corteza.

Mi mano se movió lentamente. Cerré los ojos y comencé a escuchar voces y voces que se propagaban como eco; susurraban, aunque no comprendía lo que decían. Sentía también el Agua fluir por las raíces y entre cavidades de la corteza como si fueran venas. El árbol respiraba silenciosamente al tiempo que sus hojas goteaban tan vivas como él, vigorizadas por el mismo padre Sol, que, como siempre, era testigo del pequeño y maravilloso espectáculo.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora