Capítulo 21: La otra cara de la moneda

20 1 0
                                    

Los primeros días que ni se diga, todo parecía ir de maravilla

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los primeros días que ni se diga, todo parecía ir de maravilla. La gente ya tenía techo y paredes, algo a lo que se le podía llamar "casa". Por supuesto que quienes acudían a nosotros eran los niños. Después del suceso de sus hogares, llegaban con gran cariño y nos abrazaban como si fuéramos parte de la familia. El pequeño Carlos, el que todavía estaba aprendiendo a hablar, después de presenciar algunos de nuestros entrenamientos había logrado pronunciar: "Fuego". En el momento que lo hizo todos saltamos de euforia, obviamente exceptuando a Aydan, que se limitó a permanecer cruzado de brazos, con una pequeña pero encantadora sonrisa asomando en la comisura de sus labios.

Ese día fui partícipe por la mañana de un juego de los niños. Las niñas me pidieron que fuera el árbol de los deseos.

—¡Un árbol de deseos muy bonito! —exclamó la pequeña Lilli, que ahora sabía era una de las hermanas menores de Itsmani. Ella había decidido ser mi asistente.

Entre los niños decidieron pedir el deseo de volar. Se acercaron, con Itsmani a la cabeza.

—¡Oh, gran Itsmani! —exclamé agravando mi voz— Debes inclinarte ante mí antes de pedir tu deseo... —el pequeño ladeó la cabeza algo confundido... ¿sería que no conocía alguna de las palabras?

Entonces Aydan fue en su rescate.

Cuando se acercó a los niños, algunos retrocedieron, pero Itsmani lo miró fijamente.

Aydan sonrió y se inclinó hacia él.

—No solamente cuando estás frente a un sabio, sino frente a tus hermanos, es importante mostrarles respeto.

—¿Respeto? —inquirió el pequeño.

Aydan asintió con la cabeza antes de incorporarse y acercarse hacia mi paradero con pasos silenciosos.

Tragué saliva al observar su gallarda figura aproximarse sin vacilar. Su mirada provocó cosquillas en mi estómago, el cual rápidamente tomé con ambas manos preguntándome qué era aquella sensación, cuando él quedó a tan solo unos palmos de distancia.

Una vez más se hincó. Así como lo hacía todas las mañanas para su padre Sol, hoy lo hacía para mí, inclinando la cabeza hacia el suelo.

—Oh, sabio árbol de los deseos, hablo en nombre del noble Itsmani para pedir un deseo.

Asentí con la cabeza encantada porque nos siguiera el juego, ¡lo hacía tan bien!

—¿Cuál es su deseo?

Itsmani, imitando a Aydan, se hincó a su lado e inclinó su cabecita hacia mí.

—Volar, sapio árbol...

Reí levemente ante las palabras de Itsmani antes de retomar la seriedad y en un acto teatral, dejar que mis brazos convertidos en Agua envolvieran al pequeño sin tocarlo.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora