Capítulo 3: La decisión de uno

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Los dos permanecían inmóviles

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Los dos permanecían inmóviles. Me hubiera gustado hacer que dijeran algo, que resolvieran mi gran incógnita, que me miraran y alguno dijera: "No temas, todo va a estar bien" ¡Uno necesita de vez en cuando comprensión!

Pero esos eran deseos absurdos, porque nada de eso sucedió. En cambio, Mara se volvió violentamente hacia mí:

—¡Salte del carro! —me gritó ferozmente. Su cuerpo entero temblaba— ¡Salte ahora mismo!

Me quedé quieta en mi lugar sin saber qué decir. Eso de manejar los sentimientos humanos era toda una hazaña.

Entonces me crucé con los ojos de Ian y mis sentimientos se volvieron una maraña que no supe cómo desenredar.

—¡Salte, maldita sea! ¡Te quiero lejos de aquí! ¡Nosotros no podemos arreglar tus problemas existenciales! —gritó Mara subiendo el volumen de su voz.

—Mara, espera, por favor. Necesito su ayuda, de verdad... —dije entornando los ojos con súplica.

—¡No vamos a ayudarte! —me interrumpió— ¡Así que sal del carro de inmediato y déjanos a mi hermano y a mí en paz!

Mis ojos continuaban posados sobre los de Ian. Eran tan profundos que no podía soltarle la mirada.

—Basta, Mara —se volvió hacia su hermana, rompiendo el hechizo de su mirada— Ella... —hizo una pausa— no sé qué es ni de dónde viene... pero nos está pidiendo ayuda amablemente y no nos ha hecho daño.

—¡Cállate, Ian! ¡¿No viste lo que acaba de hacer?! ¡Pudimos haber muerto! ¡¿Eso te parece poco?! ¡No estoy dispuesta a que nos echemos otro numerito igual! ¡Riesgos innecesarios! ¡¿Qué más problemas quieres en la vida aparte de los que ya tenemos?!

Ambos se fulminaron con la mirada.

Lo que me llamaba la atención era que olían el peligro y no hacían nada para evitarlo más que gritarme. Pudieron haber salido huyendo desde hace rato o incluso haberme golpeado ¡Qué reacciones más extrañas tenían los humanos!

—Mara, ya estoy lo suficientemente grande como para tomar decisiones. No tienes que elegir por mí. Y yo elijo llevarla con nosotros.

—Si pudieras tomar decisiones responsables por ti mismo, no estaríamos en esta situación, ¡te dije que les llamaras a los salvavidas y que ellos se encargaran del asunto!

—¡Basta, Mara! —gritó Ian notablemente molesto. La tensión se sentía en el aire; la respiración de ambos estaba agitada.

—Yo... —comencé lentamente— no es mi intención lastimarlos. Sólo requiero de apoyo para comprender su raza y mi misión aquí.

—Llevémosla a casa...

—¿Qué va a decir la gente, Ian? ¿Qué pasa si ocurre lo que ahora? —dijo Mara entre dientes.

—Seré discreta... —aseguré buscando las palabras.

—Además se ve normal. Hasta su voz está impregnada de sentimientos.

Mara se cruzó de brazos y me dio la espalda.

—No estoy de acuerdo. Ni siquiera parpadea...

Ian, sin decir nada más, se volvió hacia delante también y el monstruo empezó a moverse de nuevo sin previo aviso.

Lo único que me gustaba del monstruo era que podía ver lo que había en el exterior. La madre Tierra era maravillosa. Verdaderamente no había palabras para describirla. Su relieve parecía como el cuerpo de una mujer dormida; una mujer de curvas suaves tapada con cálidas mantas de palmeras que bailaban con el viento. De repente el paisaje cambió y se volvió como plano... observé que comenzaban a aparecer los hogares de los humanos... ¿Cómo era que les llamaban? ¿Edificos? La gente caminaba de un lado a otro sin parar, sin mirar atrás; entraban y salían, no se veían, como si anduvieran envueltos en una burbuja personal.

Pronto el monstruo se detuvo en un camino desierto, con apenas algunos edificios adornados con plantas y palmeras. Me pregunté cómo era que el monstruo siempre sabía a dónde íbamos sin necesidad de palabras o indicaciones.

Mara e Ian bajaron... pero yo no sabía exactamente cómo así que lo hice a la antigua y me metí por las ranuras libres ¡Me alegraba tanto de que mi madre me hubiera dejado en estado semi-líquido! Así a veces mi cuerpo fluía.

Sentí que algo había hecho mal al darme cuenta de que Ian y Mara me miraban fijamente. Revisé que mis brazos estuvieran en su lugar... y efectivamente, allí estaban, ¿entonces cuál era el problema?

—Creo que será mejor que evites hacer eso porque cualquiera que no te conozca, pensaría que eres una amenaza— me aconsejó Ian con cierta vacilación en la voz.

—Yo ya la conozco y considero que es una extrema amenaza —repuso Mara dándome la espalda y entrando al edificio. Su desprecio me dolía.

—Lo evitaré —aseguré tímidamente.

Ian siguió la dirección de mi mirada y dibujó una media sonrisa en su rostro.

—No le hagas caso. Tiene miedo —me miró—. Eso que hiciste allá en la carretera fue increíble.

Nuevamente sonreí levemente cuando él me dio el paso. Aún sentía su sangre fluyendo por sus venas.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora