Capítulo 38: Las ilusiones

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En mi vida nunca había pasado nada realmente peligroso

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En mi vida nunca había pasado nada realmente peligroso. Tal vez una que otra caída de pequeño; tenía una cicatriz de un golpe que me había dado en la rodilla después de caer de la bicicleta colina abajo. Ni siquiera había tenido accidentes de coche que valiera la pena mencionar. No había sensación equiparable a la que me invadía en ese momento de incertidumbre, en el que me llevaban atado de manos y pies, con un saco sobre la cabeza, rebotando en el interior de una camioneta.

¡Todo había cambiado tan rápido! De un día para otro mi vida había dado un giro de 180 grados. Recordé a Lu, a mis padres y Mara cuando llegamos a la casa nueva. Recordé a mis amigos de la infancia, a mis profesores favoritos, mi primer beso... Era como si de pronto mi vida pasara frente a mis ojos y temí lo peor, ¿sería una premonición de que pronto llegaría a su fin? La sensación era tan extraña. Aquellos recuerdos parecían ajenos, de otra persona, como si viera la película de mi propia vida y recordara hasta los momentos de los que me arrepentía. Incluso pensé en Tom... La última vez que habíamos hablado, nos habíamos peleado. No había tenido oportunidad siquiera de disculparme.

Ahora estaba aquí, tirado, intentando salvarle el pellejo a Itsmani, a mi hermana y a Iris. La verdad es que ni siquiera sabía lo que hacía, la idea de hablar con Gaiam había sido espontánea y como último recurso en un intento de comprarnos un par de horas más de vida. Sin embargo, con tanto tiempo tirado como estaba comenzaba a reflexionar que tal vez no había sido la mejor de las ideas... Recordé la vez que Iris me había contado un poco de Gaiam y me dijo que a metros de distancia se sentía su presencia. Que él era el complemento de la madre del Sol, del Agua, de la Tierra y del Aire, así que su poder era casi infinito, ¿Muerto cómo iba a salvar a Mara a Itsmani de participar en una guerra que no era suya? ¿Muerto cómo iba a acompañar a mi hermana que eventualmente se quedaría sola?

Le di vueltas al asunto intentando imaginarme cómo sería el encuentro, pero no podía evitar que de vez en cuando la imagen de Hele, sonriendo, invadiera mis pensamientos. Entendí que su recuerdo se había convertido en un calmante para todo aquello que me aquejaba.

Había perdido la noción del tiempo cuando al fin me jalaron bruscamente y me bajaron de la camioneta. Mis piernas estaban entumidas por la falta de movilidad, por lo que me costó trabajo ajustar mis pasos a los de mis captores, que me empujaban con brusquedad hacia delante.

Paramos nuestro andar después de subir varios pisos por unas escaleras que dificultaron todavía más mantener la coordinación. Fue un camino tortuoso, porque nos gritaban que nos moviéramos y gruñían con frustración al ver que no dábamos una.

—¿Por qué no nos quitan estas cosas de la cabeza? —mascullé.

Pero mi comentario no pareció causarle gracia a quien me guiaba, porque casi de inmediato recibí un golpe en la frente que me hizo caer de rodillas.

Apreté los ojos aguantando el dolor.

—¡Levántate! —me gritó esa voz que cada vez me parecía más despreciable.

Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora