Capítulo 2: Lo que soy

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—Deberíamos llevarla a un doctor —dijo Ian

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—Deberíamos llevarla a un doctor —dijo Ian.

Cuando salimos el padre Sol me deslumbró por un momento. Me quedé pasmada ante tan hermoso paisaje ¡Ahora estaba conociendo a la madre Tierra! Veía árboles, arena bajo mis pies, arbustos con sus matices verdes, un cielo azul claro, una gama de tonalidades cafés que revestían el paisaje cálidamente. Veía perfectos detalles de cada hoja y algunas palmas.

—Ian ¡Es una desconocida! ¿Qué tal si ni siquiera puede pagar el seguro de gastos médicos? ¡Primero investiga bien de dónde viene! Además, recuerda las últimas noticias... —la chica hizo una pausa que llamó mi atención— chicas que parecen perdidas, te engatusan, te duermen y te llevan a una sala de operaciones clandestina... —una vez más hizo una pausa que captó, ahora sí, mi absoluta atención— Unos días después despiertas sin órganos.

Abrí los ojos, profundamente conmocionada por sus palabras. Los dos nos volvimos incrédulos hacia ella, aunque supongo que por distintas razones. A mí en lo particular me parecía absurdo, ¿cómo los humanos podían mover de su lugar lo que ya tenía su espacio? Me sonaba imposible, especialmente porque la gran Madre había dispuesto a su creación de tal manera que tuviera lo necesario para existir. Sin alguno de estos elementos la vida no es posible.

— Mara... Es absurdo... alguien la dejó desnuda, ni siquiera sabe de dónde viene.

Debía sacarlo de su error:

—Soy Agua.

Ella me miró de pies a cabeza con desconfianza. Fruncía el ceño como él... ¡De verdad había tanto parecido entre ambos!

—Además... —Ian bajó la voz— No sé si ella esté...

Señaló su cabeza con un dedo y dio círculos con el mismo... ¿Eso qué significaba?

Mara sonrió levemente y rodó los ojos. Algo en su postura había cambiado.

—Llevémosla al doctor.

Después de esas palabras todo lo que sucedió a continuación me confundió sobremanera. Cruzamos entre árboles, bajo sonidos que la voz humana al parecer no podía imitar, porque lo intenté y me fue imposible. De repente nos encontramos frente a un paisaje pelón de árboles, pero pintado con un majestuoso cerro que parecía erguirse con orgullo hacia el cielo. Caminamos hacia uno de esos monstruos de metal que tanto les gustaba usar y nos introdujimos en su reducido espacio. Estaba empezando a desarrollar la teoría de que los usaban porque los humanos no eran lo suficientemente rápidos. Si había algo que tenía muy claro de ellos, era que siempre anhelaban más de lo que tenían.

Estuvimos un largo rato metidos allí sin que nadie mediara palabra. Todo temblaba a mí alrededor y eso me ponía algo nerviosa. Caí en la cuenta de que mientras más me alejaba de Mar, más débil me sentía. Mi garganta empezaba a secarse, al igual que mis labios.

—Agua... —recuerdo haber murmurado.

—Mara, pásale la botella de Agua. La sal del Agua del Mar la ha de haber deshidratado.

—¿No le has dado Agua aún? —lo reprochó ella— ¡Son reglas de primeros auxilios!

Él la fulminó con la mirada. Ambos iban delante de mí, pero pude captar esos detalles.

—¿Puedes dejar de regañarme por todo lo que hago? Que si la salvo, que si dejo mi tabla... ¡Ah, pero eso sí! ¡No la salvé correctamente!

—¡Fíjate en el camino! —chilló Mara con un terror que me hizo sobresaltarme.

"Protégelos" dijo una voz en mi interior que cambió mi estado humano por completo. No comprendo cómo, pero de repente yo era Agua y protegía al monstruo metálico de un segundo que venía directo contra nosotros. Como una Ola, revolqué al otro monstruo a un costado del camino y mi cuerpo se separó, cayendo en distintas partes del suelo, salpicando todo a su paso.

De repente tenía varias perspectivas. Veía desde el suelo, el interior del monstruo revolcado, incluso su recubrimiento metálico. Podía ver el cielo, ver a Ian y a Mara, intactos e inmóviles.

Al monstruo revolcado en el camino lo levanté con cuidado con otro par de olas que lo reincorporaron en una sección más segura.

Una vez terminada mi labor, una fuerza invisible me obligó a juntar mis partes regadas y las consolidó de nuevo en un cuerpo humano latiente y vivo.

Respiré hondo y me acerqué al monstruo para introducirme a él. Lentamente busqué alguna posible ranura por la que pudiera pasar y me introduje con cuidado.

—Ian... vámonos...

Mi cuerpo comenzó a reconstruirse en posición sentada.

—Ian, acelera... —insistió Mara.

Pero él no reaccionó.

Me alegré porque aún faltaba mi brazo.

—Por favor. No se asusten —dije analizando su postura, sus rostros crispados y sus latidos acelerados. De repente podía sentir el Agua que fluía en sus venas que junto con otros minerales formaban la sangre.

Algo dentro de mí había cambiado.


Ojos de Agua y manos de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora