Capítulo dieciséis

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Aiden

—¡Aiden, ya estoy en casa! —dijo una voz familiar. Fruncí el entrecejo y salí de mi cuarto para ver de quién se trataba.

Cuando la vi, me quedé quieto, sorprendido, sin poder creerlo.

—Oh, ahí estás —mi madre biológica me sonrió y se acercó a abrazarme. Sonreía espléndida. Estaba bien vestida y su cabello se encontraba completamente lacio y olía a perfume. Sus brazos me envolvieron con cariño y yo no supe qué responder. Me encontraba confundido, porque recordaba todo lo que había pasado y no lo entendía.

—Hola —fue lo único que se me ocurrió decir.

De repente noté lo familiar que me resultaba el lugar en el que me encontraba. Todo estaba cambiado, pero reconocía que era nuestro viejo departamento de toda la vida: las paredes ahora llevaban un blanco fuerte, no ese marrón asqueroso de antes; la puerta negra daba la sensación de ser nueva, al igual que las grandes ventanas; el sofá seguía en su mismo sitio, pero ahora era de color azul y la mesa de centro era completamente de vidrio.

Un rico aroma viajaba por el ambiente. Mi padre biológico salió de la cocina, con un delantal colgando. Lo miré extrañado. ¿Qué estaba pasando?

—Hola, hermosa esposa. Estoy preparando la cena. ¿Qué tal el trabajo? —besó los labios de mamá.

—Qué hermoso es tenerte —respondió ella, regalándole una sonrisa—. Hoy fue un día excelente.

Nick y Casandra aparecieron en la sala y saludaron a nuestra madre, y ella besó sus mejillas y les dijo que los extrañó durante el día, algo que jamás había hecho en el pasado. Todo era diferente. Es como si todos fingieran ser la familia perfecta. Papá mencionó que la cena ya estaba lista, y Nick me tomó de la mano y me llevó hasta la cocina para que me sentara a su lado, y cuando vi el lugar, casi lo sentí irreconocible por los colores, por la vajilla cara, por el refrigerador con doble puerta, por la comida. Por todo. Mi padre tomó asiento en el centro, Cassie y mamá tomaron asiento frente a Nick y a mí.

—¿Qué tal va la carrera de psicología, Aiden? ¿Qué tal te fue hoy? —me preguntó, sonriéndome, como si me amara. ¿Por qué no me insultaba o me ignoraba? ¿Por qué fingía que todo entre nosotros estaba bien?

—Bien —respondí, pero realmente no tenía idea de qué hablaba.

—Aiden —una voz masculina pronunció mi nombre. Abrí los ojos y me encontré con mi hermano Ashton, mirándome.

—¿Qué? —me froté los ojos.

—Creo que estabas soñando.

Lo miré.

—Sí —respondí, algo triste por ello.

—¿Un mal sueño?

—No. Uno bueno.

Me encontraba en el asiento del avión, donde me quedé completamente dormido. Durante la noche no pude descansar bien y eso me pasó factura. Acababa de soñar con mis padres biológicos, los vi juntos por primera vez en la vida, hasta los disfruté sonriéndose y aparentemente amándose. Podía decir que me sentía algo tocado por ese sueño, que para ser tan corto fue bastante doloroso. En el sueño no recordaba que mi madre estaba muerta, pero recordaba que mi padre y ella nunca estuvieron juntos y que mamá era mala conmigo. Por eso todo mi desconcierto. Volví a ver el departamento en el que me crie, pero este estaba lo suficientemente cambiado como para casi no reconocerlo. El aroma a comida, mi madre llegando del trabajo, la unión de mis padres, mis hermanitos juntos, en una casa linda, yo estudiando una carrera universitaria... Sabía bien por qué acababa de soñar eso. Es lo que siempre quise. El estereotipo de familia perfecta que me fue negada hasta que conocí a mi padre biológico. Ahora podía decir que, en mi vida actual, lo tenía, pero en mi vida faltaba mi madre viva, respetuosa, amorosa y buena. Y claro, que estuviera con mi papá. Recordar ese beso entre ambos me daba muchas ganas de que fuera real. Mamá y papá biológico. Amaba a mi madre adoptiva, pero, para ser completamente sincero, yo quería que mi madre fuera otra. La mía. La biológica.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora