Capítulo cuarenta y tres

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Emma

A la mañana siguiente de mi encuentro secreto con Aiden en la oficina de mi padre, Aiden y yo decidimos levantarnos temprano para ir a desayunar a una cafetería cerca de casa. Luego de eso, caminamos hasta el cementerio a visitar la tumba de su madre y llevarle algunas flores.

Aiden se veía tranquilo, nada alterado. Quizá porque ahora sus pensamientos estaban más en orden, no como la última vez que él pisó el panteón, donde se encontró con Peter y éste lo amenazó con sacarle a su hermano, alegando que él era el padre biológico de Nick. La única vez que yo estuve aquí fue cuando enterramos a su madre. Recuerdo los ojos rojos de Aiden, sus cejas fruncidas por el dolor, sus hombros caídos y esa mirada perdida.

—¿Estás bien? —pregunté para asegurarme de que todo estuviese en orden, solo por las dudas.

Aiden me miró y me sonrió levemente.

—Tranquila, estoy bien. No golpearé a nadie esta vez —bromeó.

Recuerdo también esa pelea. Aiden se había ido encima de Peter y empezó a golpearlo con el desprecio que ese tipo se merecía, pero a Aiden le hizo mucho daño el comportarse de esa forma. Luego se había ido, me pidió estar solo y se fue del funeral y no supimos de él hasta varias horas después. El hecho de recordar lo asustada que estaba por que él se hiciese daño me volvieron loca. Más porque no me contestaba las llamadas.

Aiden compró flores rojas. Cuando Aiden pagó, decidí pedirle al florero que me diera una rosa blanca.

—¿Por qué compras una rosa? —preguntó Aiden.

—Porque es tu mamá, Aiden —respondí, tomándole de la mano.

Aiden sonrió y besó mis labios. Se ofreció a pagar, pero eso no tenía sentido. La idea era que yo la comprara, así que no lo dejé pagar.

Cuando encontramos la tumba de su madre, noté muchas flores rosas sobre el césped. Miré a Aiden, quería ver su reacción. Claramente esas flores fueron dejadas por Peter.

—No entiendo para qué viene a dejarle flores, si cuando ella estaba viva, él era un imbécil con ella. ¿Qué pretende hacer? No me creo que él la haya querido alguna vez, menos ahora que está muerta. Peter es ridículo —dijo.

Me dio las flores que compró para que yo las sostuviera. Se agachó a recoger todas las flores que había, literalmente, hasta el más pequeño pétalo caído y caminó hasta un tacho de basura y las arrojó con algo de brusquedad. No dije nada, pues no quería meterme en algo tan privado.

Aiden regresó conmigo.

—Lo siento, no iba a dejarlas ahí —se disculpó, calmándose—. No quiero que él le deje flores.

Tirar esas flores fue innecesario, pero así lidiaba él con su rencor y desprecio hacia Peter. Sin embargo, era algo sin sentido, pues nosotros íbamos a regresar a California y seguramente Peter regresaría a dejarle más flores. Pero, como dije, esta era la forma con la que mi novio lidiaba con su rabia.

—Lo sé. Está bien —contesté.

Entrelacé mi brazo con el de Aiden, apoyándolo en este momento. Sabía lo duro que todavía le resultaba la muerte de su madre. Sea lo que sea que haya sido, para Aiden seguía siendo su madre y su corazón, a pesar de todo el daño, seguía queriéndola. Nos quedamos en silencio, hasta que una mujer más alta que yo, caminó hasta nosotros con expresión molesta. Aiden y yo la miramos.

—¿Se puede saber qué es lo que haces? ¿Quién eres tú? —nos preguntó la mujer de cabello negro azabache.

Aiden me miró sin comprender nada. Yo estaba igual de confundida que él.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora