Capítulo treinta y tres

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Emma

El cambio de actitud constante parecía ser algo que él llevaba en la sangre, porque no me explicaba cómo pudo pasar de decirme todas esas palabras hirientes, incluso hasta llegar a abrirme la puerta para que me largara, y luego llamarme, caminar hasta mí y besarme en pleno pasillo.

Estaba muy confundida en este momento. Por una parte, cabía la posibilidad de que todo lo que me dijo haya sido mentira, pero por otro lado existía la opción de que simplemente se arrepintió y por eso me siguió en busca de mi boca. Mi cuerpo estaba tenso porque no lo comprendía y porque tampoco estaba muy segura de que esto fuese algo real. Digo, miles de veces soñé con momentos como estos, junto a Aiden, y todo parecía sumamente real, pero luego terminaba despertando y cayendo en la verdadera y triste realidad. ¿Por qué creer que, el chico del que estaba enamorada, iba a confesarme sus sentimientos con un beso?

¿Acaso no se daba cuenta lo dañinas que me resultaban sus acciones o lo confusas que llegaban a ser?

Aiden me sujetaba de la cintura, acercándome más a él mientras su boca continuaba sobre la mía, buscando profundizar la situación. Aiden me pegó contra la pared, arrinconándome contra ella sin dejar de besarme. Tenía que ser sincera y aclarar lo obvio, esto me encantaba. Pero por primera vez, por más que la tentación fuese tan grande como para tener ganas de rendirme ante la boca de ese chico, lo empujé hacia adelante, alejándolo de mí.

—¿Qué piensas que haces? —fui directa al grano. Nada de dudas, ni de nerviosismos.

Aiden no me tomaba en serio y estaba harta de ello. Su rostro guapo y mis sentimientos hacia él podían hacerme vacilar y perder la cordura, pero ya basta. No quería ser su juguete, y sabía que Aiden no tenía esa idea, pero me hacía sentir usada.

—Besarte. Lo siento. Pensé que... —se desacomodó el cabello, nervioso.

—Pensaste, ¿qué? ¿No te acuerdas de lo que me acabas de decir hace un momento? No puedes simplemente venir a besarme como si no me hubieras herido hace exactamente un minuto atrás.

—Sí, lo siento.

—¿Lo sientes? —Sabía que estaba elevando el tono de mi voz, que probablemente los propietarios de los departamentos cercanos podían oír acerca de mi discusión con Aiden, pero al diablo con ellos—. Tú juegas con mis sentimientos —lo señalé con el dedo.

Se me cayó una lágrima, pero no de dolor, sino de rabia.

—Lo que te dije era mentira, no he vuelto con ella.

Reí sin gracia y me crucé de brazos.

—Ah, ¿no has vuelto con ella? Entonces, cuando yo decido ser totalmente sincera contigo, ¿tú vas y me mientes? Mejor vete con ella, Aiden, no te molestaré más —amagué con largarme, pero Aiden me tomó de la muñeca y me regresó a donde estaba.

—Te lo estoy diciendo en serio, por el amor de Dios, Emma —la frustración era un ingrediente más en su tono de voz.

Suspiré pesadamente, analizando lo que me estaba diciendo.

Quería creerle tanto, pero también quería golpearlo. La mitad de mí era puro amor y le creía, pero la otra mitad era rencor y recelo.

—Tú sí entiendes por qué se me es difícil creerte, ¿o no? Así que no me mires de esa forma, no te frustres porque yo no te creo, es lo que te has ganado.

Aiden permaneció en silencio, mirándome a los ojos. Tenía ese brillo en su mirada, los ojos algo rojizos, como si estuviese aguantando las lágrimas.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora