Capítulo cuarenta

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Emma

Los nervios me consumían. Estaba a punto de entrar a la oficina de casa, con mi padre allí dentro, esperándonos a Aiden y a mí para una charla que se suponía que nunca debíamos tener. Cuando me puse de novia con Aiden la primera vez, juré en mi mente que no nos tocaría tener charlas incómodas porque juntos haríamos las cosas bien, pero claramente todo se nos fue de las manos. Ya sabemos cómo terminó eso.

Seguimos a mamá. Primero se adentró Aiden y luego entré yo, toda pequeña y nerviosa, pero intentando mostrar seguridad en el asunto. Vi a mi padre sentado en su silla, y se levantó cuando ambos estuvimos dentro y mi madre cerró la puerta. Ya de por sí, la situación era jodidamente incómoda, mucho más ahora que mi padre tenía sus ojos viajando entre Aiden y yo. Quería que esta charla terminara lo más pronto posible, y eso que ni siquiera había comenzado.

Caminé hasta papá con una sonrisa y lo abracé como una manera de saludarlo. Incluso, emití un leve apretón en el abrazo cuando sus brazos me envolvieron, uno en el que quise transmitirle lo importante que era para mí esta relación y uno en el que le rogaba que no fuera tan duro con Aiden. Me separé de él, y Aiden tomó la iniciativa de extender su brazo para darle un apretón de manos a mi padre. Mi papá le respondió de la misma manera, pero en sus ojos se podía ver el descontento.

—¿Cómo has estado, Aiden? Hace tiempo que no te veo —papá parecía amigable ahora, pero era pura fachada. En su mente, sacaba la pistola de la caja fuerte y baleaba a mi novio. Qué extremo.

Pero entiendo. Aiden y yo pasamos por muchísimas cosas, juntos, y no juntos. Papá solo intentaba protegerme. Él no miraba desde un punto egoísta, miraba desde el punto de mi bienestar. Quería cuidarme y que no me lastimaran, como todo buen padre hace. A mí me causaba incomodidad, y supongo que a papá y mamá les causaba nervios, miedo y tristeza tener que sentarnos a hablar sobre una relación que muy mal salió en el pasado y que mucho daño nos hizo a todos.

—Estoy muy bien, mucho mejor ahora, que todo va bien en mi vida —respondió él, seguro de sí mismo.

¿Cómo lograba verse tan tranquilo?

—Te ves bien —afirmó mi padre.

—Sí, te ves mejor. El tiempo te ha ayudado en tu vida, tal parece —mamá aportó a la conversación en cuanto llegó al asiento, a un lado de mi padre.

—Entonces... ¿cómo es este tema entre ustedes?

—Somos pareja, papá.

—Creo que no hace falta decir lo que pienso, ¿verdad? Creo que queda bastante claro.

—Soy grande —me defendí.

—Y yo no quiero volver a lastimarla —añadió Aiden—. Y no lo haré.

—Lo mismo me dijiste esa vez que tú y yo tuvimos esa conversación, justamente aquí, en el cumpleaños de Emma.

Aquí vamos...

—Y no me importa que me hayas fallado a mí, me importa que le fallaste a ella.

—Cargué y sigo cargando con esa culpa desde hace mucho tiempo. No crea que me fui indiferente, porque no. Dejarla a ella fue tan duro como cuando me quitaron a mis hermanos. Pero yo no estaba bien. Tenía miles de problemas y por eso preferí irme, alejarme. Y sé que no escogí la manera correcta, por eso, también debo pedirles a ustedes que me perdonen. Traicioné la confianza de ambos.

—Es que entenderás que, por más que pidas perdón, es complicado para nosotros creer que nuestra hija no está al lado de una persona que, si bien entendemos no es mala, comete error tras error. Nadie es perfecto, Aiden, pero si algún día eres padre, imagínate el temor que sentimos por Emma —mamá usó un tono calmado, pero se le notaba angustiada.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora