Capítulo cuarenta y dos

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Emma

Esa noche, la cena fue más cómoda de lo que fue la previa a ella, pero claro, eso no quitaba que mis familiares mirasen mal a Aiden de vez en cuando. Menos mal que él no se daba cuenta de ello, o me habría sentido demasiado mal si se sentía incómodo allí. De todas maneras, no sé si fue buena idea que aceptáramos quedarnos a comer allí cuando las cosas seguían demasiado frescas. Ahora éramos parte de la misma familia, pero se notaba a pasos agigantados que mi familia tenía un rechazo hacia él.

—¿Qué tienes? —me preguntó Aiden, caminando hacia mí. Se sentó en el borde de la cama, a mi lado y acarició levemente mi espalda.

—Creo que no fue buena idea que nos quedáramos en esta casa. Tal vez habría sido mejor que pagásemos un hotel, Aiden.

—¿Por qué? ¿Te sientes incómoda aquí?

—Sí —respondí—. Y no debería estarlo, es mi casa, crecí aquí... pero el cómo te miran... el cómo te tratan, no me gusta en lo absoluto.

—Yo me busqué eso —me tranquilizó con un abrazo—. No es nada que no se pueda soportar, Emma, quédate tranquila. Relájate. Dijimos que usaríamos estos días para relajarnos también, no para pensar en cosas malas.

—No me gusta que se comporten así contigo, también me incomodan a mí.

—No es nada que no podamos soportar, Emma.

Ambos estábamos listos para meternos en la cama y dormir. Con el día largo que tuvimos, no había nada que me llamara tanto la atención como poder descansar tranquilamente en mi cama, junto a él. Fue una mañana, una tarde y una noche agotadora que no quería volver a repetir. Me dormí con los brazos de Aiden rodeándome fuerte, con un beso suyo en mi mejilla y con los recuerdos del día agotador que tuvimos.

En la madrugada, Aiden y yo nos levantamos a tomar agua. Estábamos sedientos por alguna razón, y debo admitir, que verlo sin remera, encendía mi piel, mi deseo por él. No dije nada, solo lo miré disimuladamente con una sonrisa.

—¿Por qué sonríes? —dijo cuando me enganchó haciéndolo.

Dejé mi vaso en la mesada, junto al de él.

—Por nada —respondí y me senté sobre la mesada. Enrollé mis piernas en las suyas para atraerlo a mí.

Aiden miró la situación un segundo y luego formó una sonrisa en su rostro, captando lo que quería. Miró mis ojos de forma divertida y ampliando su sonrisa.

—¿Qué estás insinuando? —murmuró sobre la piel de mi cuello, causándome cosquillas. Depositó un beso allí.

—Nada, estaba pensando que... —comencé a decir, pero el mordisqueó mi cuello suavemente, deteniendo mis palabras y mi respiración.

—¿Qué decías?

—Estaba pensando que podíamos hacer cosas —mi tono de voz fue suave, provocativo.

Aiden posó sus manos sobre mis piernas y las masajeó.

—¿Qué clase de cosas?

—Tú sabes qué cosas.

—No, no sé.

—Quiero que lo hagamos.

—¿Qué hagamos qué? —siguió en su juego.

Sonreí.

—Aiden...

—Hay muchas cosas que podemos hacer, no soy adivino —jugó.

—Eres increíble.

—Quiero que lo digas, quiero oírte decirlo. —Presionó mi cintura con sus manos firmes. Besó mi cuello y creó un recorrido hasta el lóbulo de mi oreja, una de mis partes más débiles. Me dormí el labio.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora