Capítulo cuarenta y cuatro

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Aiden

Quedé en encontrarme con Emma en un puesto del centro comercial. Caminé hasta allí para despejar mi mente y analizar todo lo que había hablado con esa mujer que decía ser mi tía. No es que no le creyese, porque sí, sabía que no estaba mintiéndome, pero rondaba por mi mente esta pregunta de por qué mamá fue tan mala con mis hermanos y conmigo si al parecer tuvo una gran familia que la amó e intentó cuidarla siempre. Sé que influyen muchas más cosas en la vida de una persona que alimentan en buen o mal sentido a la forma de ser de una persona, pero la herida de sus maltratos volvía a abrirse un poco.

Sabía que necesitaría una buena cita con mi psicólogo para ordenar mis pensamientos. Me moría por llegar y ver a Emma y poder contarle todo lo que había pasado. El café con Mariah no demoró más de quince minutos, pero fue una charla intensa, llena de descubrimientos. Por primera vez en mi vida, había podido conocer algo de mi madre. Toda mi vida me pregunté si mis abuelos fueron tan malos con mamá para haber formado a semejante monstruo, pero hoy, según las palabras de Mariah, descubrí que fue todo lo contrario. Pero supongo que mi madre seguiría siendo un misterio para mí toda mi vida. Sabía pocas cosas sobre ella, las cosas que me contaban, pero jamás llegaría a conocerla como siempre deseé hacer. Solo me familiaricé con sus golpes, sus insultos, su desprecio y su ignorancia, nunca pude descubrir qué había más allá de todo ese odio que desprendía.

Mariah quiso que me quedara un rato más a hablar con ella, estaba sorprendida de enterarse que tenía tres sobrinos. En cierta parte, quería quedarme, pero, por otro lado, era mejor que me fuera, que analizara lo que estaba pasando, la información que tenía, que hablara con alguien más que pudiese darme una opinión al respecto. Sabía perfectamente que esta no sería la primera vez que iba a ver a Mariah, ahora tenía demasiadas preguntas, me encontraba en una faceta de curiosidad alta y mis preguntas obviamente iban a necesitar respuestas. Pero primero, lo primero: pensar.

Cuando encontré a Emma, ella miraba distraída la vidriera de una tienda de ropa. Me acerqué a ella rápidamente y la abracé por detrás, notando cómo su cuerpo se tensaba ante la sorpresa. Giró levemente su cabeza para verme.

—Oh, eres tú —sonrió y le permití darse la vuelta para veme.

—¿Quién más sería?

—No sé... algún loco —respondió. Sus ojos analizaron disimuladamente mi rostro—. ¿Estás bien?

—Estoy bien.

Al decir que estaba bien, lo decía en serio. No me sentía mal... Solo me sentía... extraño. Claro que algunas cosas me dolían un poco, pero no me encontraba triste como en muchas otras situaciones del pasado.

—¿Seguro? —me tomó de las manos y se puso en puntitas de pie para besarme en los labios.

—Sí. Tengo mucho para contarte.

—¿Quieres que vayamos a casa y lo hablemos?

—No. Caminemos un rato. En el almuerzo te cuento. ¿Sí?

—Claro. Como tú te sientas cómodo.

Y por eso me gustaba estar con ella y estaba tan feliz de que, al fin, lográramos entendernos. Desde que regresamos, ella me complementaba a mí y yo a ella. Emma hacía que se sintiera cómodo estar a su lado.

Compramos varias cosas. Aproveché algunas tiendas para llevarle algo a mis hermanos. Incluso a Ashton, a pesar de que él me odiaba.

Recibí un mensaje de texto.

Mamá: ¿Cómo estás?

Le respondí de inmediato.

Aiden: Estoy bien. Comprando algunas cosas para los chicos.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora