CAPÍTULO 45

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El miedo no tarda en derrumbarme hasta tal punto que entro en apnea; todo mi cuerpo enmudece y sufro espasmos. Mi rostro debe ser cianótico. Siento que puedo llegar a perder el conocimiento e incluso presentar una verdadera convulsión.

Escondo mi rostro bajo mis manos y lo hundo entre mis rodillas flexionadas.

—Perdóname, mi niña, perdóname. —Posa su mano en mi cabello—. Todo este tiempo he sido un tonto. He vivido en la sombra del dolor y la culpa. He confundido venganza con justicia. Y ahora me doy cuenta de que no existe dos extremos más lejanos y opuestos. Mi sed tan solo nubló mi razón y actuó como un veneno que me hizo arrastrar a inocentes. Solo conseguí complicar las cosas, hundirme y ahogarme aún más en la lava del puto infierno.

Comienzo a respirar con dificultad, pero ahora mi miedo se acaba de convertir en mucho más atronador y grave. Ahora mi miedo abarca mucho más dolor que el provocado por el conocimiento de sus siniestras intenciones iniciales.

Acaba de confesar que él colgó el cuerpo fallecido de Jazmín.

Me levanto con torpeza del suelo.

Me mira desde abajo de rodillas pero sentado en sus talones.

No tengo miedo, ahora ya no.

Tomo impulso.

Las palabras comienzan a agolparse en mi garganta.

—Fernando, ocultaste las pruebas y manipulaste la escena del crimen. No solo jugaste conmigo a un sucio juego siniestro de venganza, sino que ante la ley realizaste falsos testimonios, encubrimiento de la verdad, burla, simulación de un delito, obstrucción a la justicia, deslealtad y manipulación de pruebas. Nos hiciste creer a todos que fue un crimen en lugar de un suicidio.

Niega a la vez que sus ojos piden clemencia y de un salto se levanta del suelo. Empiezo a correr. Los latidos en mi pecho se vuelven cardíacos, ensordecedores. Mis piernas vuelan al recorrer el amplio espacio atestado de tumbas. Voy a caerme, tropezaré con uno de los bordillos, pero no ceso hasta que mi cuerpo es abrazado por detrás con fuerza, inmovilizándome por segunda vez, pegando su cuerpo a mi espalda. Chillo, gruño, me retuerzo, pataleo, pero nada vale. Su agarre no cede un centímetro.

—Shhh, no te soltaré hasta que me escuches. Yo te amo. Te amo.

—¡Socorro! —chillo con fuerza, hasta que me cubre la boca.

—Tranquila, no voy a hacerte daño. Nunca te haría daño. ¡Te amo!

—Mmmm —insisto con mi ahogada voz debajo de su mano. Retuerzo con más fuerza y ahínco mi cuerpo.

Lucho segundo tras segundo. Estoy cansada, agotada, no puedo más.

«No me va a soltar».

Me quedo quieta y se me aflojan las piernas. Creo que caeré en el suelo si no sujeta mi peso.

—Ya, mi vida, ya. —Su voz es relajada, comedida. No sé cómo puede lograrlo—. Voy a soltarte. Te soltaré y hablaremos. Hablaremos de todo, ¿de acuerdo?

Mi cabeza asiente con levedad.

Separa su mano de mi boca y siento que afloja su abrazo. Con dificultad, me mantengo en pie. Rodea mi cuerpo, se sitúa frente a mí, sostiene mis hombros por mis brazos y me mira a los ojos, después cierra los párpados e indaga en las imágenes de sus recuerdos.

—Esa noche entré al dormitorio... Jazmín yacía en el suelo envuelta en un charco de sangre. Le tomé el pulso. Sabía que acababa de morir. Mi profundo y agresivo dolor me hizo reaccionar así. Lo siento. Limpie las huellas y la colgué en esa pared,. Quise buscar justicia a mi modo por los dos, por ella y por Mateo. —Sus ojos ribeteados se agolpan de lágrimas contenidas.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora