CAPÍTULO 13

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Lo sucedido anoche, más lo ocurrido en la cocina, más este espacio de tiempo indagando en mi verdadero objetivo con Mariza y Ana, han provocado en mi sistema un hervidero de alertas, confusiones y también de profunda vergüenza

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Lo sucedido anoche, más lo ocurrido en la cocina, más este espacio de tiempo indagando en mi verdadero objetivo con Mariza y Ana, han provocado en mi sistema un hervidero de alertas, confusiones y también de profunda vergüenza. Él es uno de mis sospechosos, no debería bajo ningún concepto involucrarme a nivel emocional y mucho menos sexual. Es lo menos coherente, razonable y lo más contraproducente que pueda existir para una investigación policial y criminal. Además, no puedo obviar que su aptitud y su interés en mi persona revela una tangible y tácita manipulación.

Los dos permanecemos parados en mitad de la vereda mirándonos a tres metros de distancia.

—Hola —me saluda en un tierno susurro. Sus manos están en sus bolsillos y su cuerpo en apariencia está cómodo, relajado, como siempre. Siempre lleva el control.

—Hola —contesto.

—¿Qué tal el paseo?

—Muy bien.

—Por supuesto. —Su sonrisa se ladea junto a su rostro y sus ojos se dulcifican—. De hecho, juraría que aquí estás mejor que en ningún otro lugar. Tus ojos y tu tez brillan, Leticia. —Escruta mi rostro con descaro. Mi nombre en sus labios me estremece y obnubila—. Luce con un fulgor especial —opina con su dulce arrogancia.

Retiro mi mirada, la hundo en el bosque de mi lateral y trago con dureza. Odio que me analicen porque sé lo transparente que resultan mis emociones en mi cara.

—Paseemos, quiero enseñarte el paisaje —ordena.

Alza su paso, le sigo y empezamos a caminar por el sendero de un metro de ancho aproximado. A nuestro alrededor se levantan montañas con grandes rocas dispersas e incrustadas en la tierra. El verde cubre el suelo con distintos matices chispeantes de vida y las flores lo decoran con pinceladas de rojo, amarillo y azul.

Sus pasos están adelantados a los míos, el ritmo de mis piernas provoca que me quede un poco atrás. Mi justicia es que él lentifique su andar y no que yo tenga que acelerar.

—¿Qué te han contado? —Por fin retiene su paso y me espera.

Reanudamos la marcha.

—¿Jazmín sufría, Fernando? —inquiero lacónica, sin rodeos.

Miro al frente con la mirada perdida en el camino.

—Sí, como todos. —Le quita el valor a mi pregunta—. ¿Por qué lo dices? —Me observa y, al segundo, vuelca su vista al frente.

—Ellas, Mariza y Ana, me han contado que Jazmín lloraba con asiduidad. —Permanecemos en silencio durante varios pasos. Ante mi frustrada espera de un argumento, continúo—: ¿Sabías que dio a un hijo en adopción?

Su cuerpo se tensa con levedad, lo sé porque echa sus hombros hacia atrás y desde su perfil distingo cómo eleva inapreciablemente su mentón. Adelanto mi paso y busco sin éxito su mirada perdida al frente.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora