CAPÍTULO 32

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Me siento en mi destartalada silla y el móvil comienza a sonar a través de mi bolso

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Me siento en mi destartalada silla y el móvil comienza a sonar a través de mi bolso. Pienso en él; quiero escuchar su voz gruesa y gutural pidiéndome explicaciones de lo ocurrido con Tomás. Sin embargo, no es él, es alguien mucho mejor. En la pantalla aparece el nombre de Mariza.

—Mariza —digo rebosante de felicidad—, amiga, me alegro de que me llames.

—Hola, Leticia. —Escucho su risa cantarina. Es un amor—. Podemos vernos cuando quieras. Óscar nos ha dado permiso.

Sostengo la impotencia y frustración para que no impregne mi voz tras escuchar lo de Óscar. No puedo llegar a entender el placer que obtienen al sentir subyugada su voluntad absoluta a un hombre.

—Me alegro muchísimo —confieso, pues es verdad. La necesito para la investigación. Además, con ella me sentí a salvo en un mundo de alienígenas, y eso es algo que se queda clavado en el corazón por siempre—. ¿Crees que podremos quedar Ana, tú y yo en una cafetería esta tarde? Tengo que contaros algo muy importante a las dos.

—Donde tú me digas, allí estaremos —dice con dulzura. Es una niña que disfruta complaciendo a los demás—. Óscar nos ha dado la tarde libre.

«Otra vez Óscar».

—¿En el Chaplin a las seis de la tarde? —Es una de las cafeterías más exclusivas y céntricas de Málaga.

—De acuerdo, Leticia, allí nos vemos. Hasta muy pronto.

—Hasta muy pronto, Mariza.

Cuelgo el móvil y lo abrazo entre las manos. Siento mi cuerpo levitar unos centímetros. Ellas me van a ayudar mientras llegan los historiales solicitados de los hospitales. Voy a decirles la verdad, aunque también desenmascaré a Fernando. No voy a volver al castillo, no quiero volver a verlo, y no tengo otro camino para avanzar en la investigación.

Recorro el pasillo donde está ubicada la oficina de Arturo con la espalda erguida y el mentón alzado. No voy a permitir volverme pequeñita ante sus amenazas o presiones. Presionar el tiempo de resolución disminuye considerablemente la eficacia del resultado. El caso de Jazmín es personal y no voy ni a abandonarlo ni a acelerarlo. Cojo la ficha de los interrogatorios de cada uno de los miembros de su familia. Lo releo por milésima vez. Esa noche tuvieron un espectáculo en el anfiteatro... Se me encoge el corazón al recordar lo que mis ojos vieron. Sacudo el rostro con fuerza con la intención de borrar esas grotescas imágenes de mi mente, pero al segundo mi suspiro es entrecortado al recordar con la misma nitidez la calidez y el cariño de su voz al protegerme de la herida sangrienta de mi sensibilidad al ver todo aquello.

«—Sácame de aquí —susurro—. Por favor, sácame de aquí —continúo horrorizada.

Las imágenes, los gemidos, el ambiente altamente sexual que impregna el lugar y espesa al aire me abruma, me asusta, me hiere.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora