CAPÍTULO 39

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Cierro los labios y me mezclo con el olor y el calor de su cuerpo. Él está vestido fuera de las sábanas y yo estoy desnuda completamente arropada, menos los brazos, que están entrelazados con los suyos. Dulces minutos rodeada con agonía por sus fornidos bíceps y su mejilla apoyada en mi frente, hasta que con lentitud empiezo a perder la consciencia, me dejo arrastrar por el sueño. Me separo de él con levedad para buscar la postura más cómoda. Siento cómo mi estado de felicidad y gloria se mezcla con el sopor del cansancio y después me sumerjo en el profundo mundo de la inconsciencia, donde huyo de los océanos de mi control y navego hacia la pura confusión e incertidumbre, acallando la razón.

Corro, corro, corro...

Estoy envuelta en un laberinto sin salida de espejos líquidos perversos que palpitan al unísono con mi desenfrenado corazón.

Corro, corro, corro con todas mis fuerzas mientras escucho el atragantamiento de un niño.

Mateo, ¡mi Mateo!

Corro, pero no lo encuentro, solo veo mi reflejo horrorizado y desesperado multiplicado por mil.

Rompo en un grito ante el terror dibujado en el espejo de mí misma al estrecharse los pasillos y encontrarlo en el suelo derretido en un charco.

—Shhh. Shhh, tranquila —escucho una voz de lejos y siento cómo una fuerza balancea mi cuerpo con ligereza.

—No, no, no te vayas —suplico desesperada a la vez que me cuesta respirar.

Me resisto a abandonar a Mateo.

—Ya, ya, mi niña, ya. —Una dulce voz me rescata del infierno—. Estoy aquí. —Siento una mejilla en mi frente, una mano acariciar mi cabello con ternura y un balanceo constante de mi cuerpo—. Estoy aquí, contigo, a tu lado. Tranquila —susurra con ternura y protección.

Una vez más vuelve la pesadilla recurrente desde la muerte de Mateo. No abro los ojos, no tengo fuerzas ni valor, tan solo me aprieto en su pecho con ansiedad hasta reducir mis latidos de puro terror y angustia; me fundo con su palpito hasta alcanzar su ritmo. Al cabo de muchos minutos, comienzo a sentirme segura y vuelvo a caer de nuevo en la inconsciencia, pero esta vez bajo su protección sin soltarme un segundo de sus brazos.

La luz del primer albor se apodera del dormitorio.

Abro los ojos; la claridad me despierta, aunque las nubes sean grises y estén cargadas de agua amenazantes de descargar su presión y furia. Me encantan los días nublados cuando estoy en casa y con buena compañía.

Él está bocabajo medio cubierto con las sábanas hasta la cintura, pero está desnudo. No sé en qué momento se quitó la ropa, ya que se acostó vestido. Su cuerpo es perfecto, ni una escultura medida al milímetro lo superaría. Me levanto con cuidado y voy al servicio, donde me visto y me lavo la cara. El cuarto de baño mide más que mi salón, las paredes son de mármol y la grifería brilla como espejos. Mire donde mire es impresionante, sin mencionar la inmensa bañera. Vuelvo a la habitación. Sigue en la misma postura con la mejilla apoyada en el colchón. Evita la almohada. Lo escruto. Ahora que no me ve, puedo deleitarme todo lo que quiera en esos abrumadores rasgos e increíbles facciones que me tienen loca de amor y de deseo. Sus rasgos son suaves. Sus párpados cerrados, que ocupan el mayor espacio de su rostro, tiemblan con suavidad. Sonrío. Debe soñar algo activo. Su nariz recta y pequeña, su dulce sonrisa, el pelo alborotado y ondulado hacia la frente... Dormido parece un niño, un angelito inocente incapaz de hacerle mal a nadie.

Me recuerda a alguien... mucho...

—Mateo —susurro.

Al instante, sus ojos se abren de par en par. Doy un paso hacia atrás aterrada. Me asustó. Hablé muy bajito como para que lo despertara tan rápido. Tiene un sueño muy ligero.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora