CAPÍTULO 9

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Nos dirigimos hasta la puerta del salón, abre las dos inmensas hojas e ingresamos al pasillo

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Nos dirigimos hasta la puerta del salón, abre las dos inmensas hojas e ingresamos al pasillo. El leve cambio de temperatura y la infinidad del corredor despejan mi mente.

—Antes de irnos —me mira con paciencia—, ¿quiere ver el dormitorio donde apareció el cuerpo de Jazmín?

—¿Es su dormitorio? ¿Es donde duerme cuando se queda aquí?

—Uno de ellos. —Gira su cuerpo hacia mí, se coloca de frente y se lleva el dorso de mi mano a su boca y besa mis dedos.

—De acuerdo. —Lo observo a los ojos, dejo escapar el aire que me mantiene en tensión y encojo veloz mi brazo para recuperar mi mano—. Quiero ver el dormitorio.

Debo volver a ser yo, agente, psicóloga y criminóloga del cuerpo de homicidios de Málaga. No puedo permitir que me engatusen sus enormes poderes fácticos de seducción.

Entrelazo los brazos debajo de mi pecho. Se acabó eso de ir agarrados. Se acaba mi papel de sumisa. Ahora no, ahora solo tengo que coger pistas, analizar la situación, recrear la escena y volver a mi casa.

Subimos una escalera y nos encontramos con un pasillo interminable. Mi vista no alcanza a ver el final. Cada tres metros hay una majestuosa puerta de madera labrada y oscura de dos hojas.

—¿Todos son dormitorios? —indago impresionada.

—Sí —contesta cortante.

Es un hombre extraño y oscuro en instantes. No logro encajar su personalidad. En momentos es duro como una roca y en otros sensible, tierno y terriblemente pasional.

Seguimos recorriendo el pasillo, él a un paso más que yo.

—¿Algunos viven aquí?

—Ahora no, pero algunos han mantenido a sus sumisas recluidas los siete días de la semana, las veinticuatro horas del día, durante meses, para que estén a sus servicios en cualquier momento.

Trago con dolor y repulsa.

—¿Jazmín estuvo recluida aquí en algún momento —me cuesta finalizar la pregunta— a su servicio?

—No, Jazmín no.

—¿Cuántas han estado a su servicio?

No me contesta, tan solo frena sus pasos e introduce una llave, larga y antigua, en la cerradura de una de las grandiosas puertas.

La respiración se me paraliza. No sé con qué puedo encontrarme. Me imagino una habitación oscura con millones de artilugios para el dolor y placer.

—Por favor. —Me cede paso con su mano.

Miro hacia abajo mientras mis pasos se introducen en la habitación.

Solo doy dos pasos hacia su interior. Necesito estar más cerca de la puerta que de la cama o de cualquier artefacto para proporcionar sufrimiento y goce carnal, según ellos.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora