CAPÍTULO 10

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No tengo miedo al asesinato, al imaginar el cuerpo, ni la sangre, ni me acongojo por las diferentes personalidades que originan los crueles y malévolos hechos

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No tengo miedo al asesinato, al imaginar el cuerpo, ni la sangre, ni me acongojo por las diferentes personalidades que originan los crueles y malévolos hechos. En mi corto año de experiencia me he enfrentado en los interrogatorios a retorcidas y psicópatas mentes. No, no es eso, mi miedo radica en otro punto, en otra esfera. Radica en el poder que envuelve a mis emociones. Tengo miedo del sexo que respiro, de la seducción que se filtra por las grietas de las piedras que forman el castillo y llegan como flechas a infiltrarse en el calcio de mis huesos. Tengo miedo al lugar, al hombre que poseo enfrente por el poder que ejerce y, sobre todo, sin índice de dudas, tengo miedo de mí y de lo que mi cuerpo siente y demanda.

—¿Y quién me protegerá de usted? —pregunto renuente.

—No voy a hacerle daño, agente —alega rotundo—. Tendría que ser muy tonto para agredirla —dice con tono burlón y deliberado—, o asesinarla, si es eso lo que está pensando. Todos los suyos saben que está aquí conmigo. —Sonríe con descaro mientras me mira con picardía. Retiro mi mirada y la hundo en el interior del dormitorio. Aún seguimos en el pasillo con la puerta abierta de la habitación que supuestamente va a ser la mía—. Le prometo que no voy a hacerle nada —vuelve a capturar a mis ojos—, nada que no desee. Es más, me comprometo a no satisfacer la totalidad de sus deseos.

Aprieto mi mandíbula, le regalo mi mejor mirada de desaprobación y burla y aplaco el tumulto de sensaciones que me embargan tras sus palabras.

Odio su superioridad, su arrogancia, su narcisismo. Odio el descaro que utiliza al expulsar el aire, cualquier cosa que circula por su libertina cabeza y cómo es acunada con su reluciente y perfecta sonrisa.

—¿Quiénes de su familia se quedan a dormir hoy?

—Todos los que permanecen en el salón —afirma con rapidez—. El pronóstico del tiempo en la montaña ha anunciado que a partir de las seis de la tarde la presión alta cedería el paso a la baja, haciendo descender con rapidez la temperatura y provocando precipitaciones en cualquier momento a partir de las diez de la noche. Abajo, en la ciudad, debe estar lloviendo, pero aquí arriba está nevando y puede provocar acumulaciones de hasta veinticinco centímetros de grosor durante toda la noche. Además, en la bajada hay trozos de la carretera que se hielan, por lo tanto, es muy peligroso conducir. Nadie en su sano juicio se atrevería a bajar.

—Pero ¿entonces no me iba a bajar? —pregunto incrédula y burlada tras su revelación.

—He dicho «nadie en su sano juicio». Mi juicio no es muy sano. —Sonríe. Mi cuerpo se estremece en respuesta—. Por consiguiente, si me lo pides de nuevo, si insistes, te bajo. —Trago con dureza al concluir que, quiera o no, debo quedarme—. Agente, mañana tendrá nuevas oportunidades para relacionarse con ellos en un ambiente mucho menos cargado. Mírelo desde ese lado.

Paso al dormitorio y él me secunda. Es igual que el anterior; está iluminado por la luz de una lamparita en la mesita de noche al lado de la cama.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora