CAPÍTULO 27

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Me levanto de la fría silla

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Me levanto de la fría silla. Son las ocho de la noche del martes y no tengo hecho el encabezamiento del esperado y ansiado informe de Arturo. El lunes, nada más abandonar su despacho, llamé a Mariza y a Ana. Me contestaron con voces impresas y afligidas de recelo que segundos después se transformaron en consoladoras al desmoronarme en una súplica quebrada solícita de infinito perdón por las palabras dichas a Daniela. Entendieron con rapidez que procedían de la desesperación. Finalmente, sí accedieron a quedar conmigo. Sin embargo, antes debían solicitarle permiso a Óscar. «¿Cómo no? Absurdo mundo». He esperado sus llamadas, pero no han llegado.

La única referencia de Fernando sobre Jazmín de su pasado es que era una mujer muy bella, tenía muchos pretendientes, y que el padre de ese hijo podría ser cualquiera. ¡Qué gran ayuda! Solicité el historial de los nacimientos quince años atrás de todos los hospitales de Málaga y, por supuesto, de las clínicas privadas, pero hace tantos años los expedientes se archivaban en su mayoría en papel. Las clínicas aún no disponían de fuertes redes de ordenadores con base de datos compartidas, solo muy pocas. Por lo tanto, esa información, aunque la haya solicitado con carácter urgente, va a tardar en llegar a mis manos.

«Dios mío, no tengo nada. No sé cómo voy a volver a mirar a Arturo a los ojos».

Me voy al pasillo donde está ubicado el despacho de Arturo, la puerta está cerrada, y empiezo a recorrerlo como un gato enjaulado. Las paredes del corredor parecen que se estrechan a cada segundo. El aire no llega a mis pulmones ni el oxígeno a mi sangre circundante.

«¿Por qué me afecta tanto no cumplir sus expectativas? Porque necesito la continua aceptación para poseer valor y porque en realidad no le he dicho la verdad: deniego volver al castillo y volver a ver a ese sujeto que me expuso y me azotó, por lo tanto, debo sacar las pruebas por mí misma».

Tras diez vueltas sobre mis propios pasos, decido marcharme de la comisaria sin avisarlo ni justificarme. Sé que insistió en que fuera hoy, pero yo insistí en que necesitaba más tiempo.

Acelero el paso hasta llegar a mi sala y cojo el bolso impaciente. El suelo parece que va a detonar de un momento a otro de las ganas que tengo de desaparecer de este lugar sin tener que hablar con él.

«¿Para qué si no tengo nada? ¿Para encontrarme con sus ojos decepcionados de nuevo?».

Respiro el aire puro de la calle. He logrado salir de la comisaria sin que se haya dado cuenta. Recorro la atestada avenida en busca del coche y retengo el instinto de alzar los talones en una desenfrenada carrera. Solo pienso en llegar a mi casa, sucumbir a la toma de las pastillas para la ansiedad y dormir en paz de plena inconsciencia.

Sin embargo, mi cuerpo da un repullo al escuchar el sonido del móvil en el interior de mi bolso. Freno el paso y suplico por Dios que no sea Arturo.

«Mierda, es él».

No tengo más remedio que cogerlo, de lo contrario, ya me estaría pasando.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora