CAPÍTULO 17

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Riiiiing

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Riiiiing...

El súbito repiqueteo me confina hacia la superficie en un solo segundo. Mi mano vuela a mi mesita de noche, le doy un tortazo a mi asqueroso despertador y lo estrello contra el suelo.

Maldigo a mi despertador analógico, sí, el típico despertador de agujas que lo coronan dos campanillas que son martilleadas por una varita que enloquece situada en la mitad de ambas. Solo una mujer como yo mantendría este prehistórico reloj que lo único que provoca es levantarte con ganas de atropellar a alguien.

He dormido dos escuetas horas.

Hoy debo enfrentarme a la que ha pasado a ser mi segunda realidad: mi trabajo.

Me lavo la cara a la vez que se amontonan los recuerdos de lo sucedido. Todos mis recuerdos, cada uno de ellos, hacen saltar mis alarmas contra incendios y activan los aspersores de agua de mi consciencia, a cual más escandaloso, más loco e imprudente. Sin embargo, una sonrisa boba que surca hasta mis ojos se talla inevitablemente en mi rostro.

—Te recogeré el viernes y pasaremos todo el fin de semana juntos en el castillo.

—De acuerdo. —Asiento y abro la puerta del Audi, que se ha detenido en doble fila justo al frente de mi bloque.

Aún no me ha dado tiempo a levantarme y veo que abre su puerta y se levanta, dejando su asiento abandonado con las llaves puestas. Al instante, aparece frente a mi cuerpo sentado con un pie en la carretera.

Me extiende su mano y me ayuda a levantarme.

—Abrígate, súbete el cuello de la chaqueta y tápate la boca. —Abraza mi cintura solo con un brazo y el otro levanta las solapas de mi abrigo para cubrir mi cara. Estoy desnuda, él se ha encargado de destrozar mi ropa, pero el calor de mi cuerpo y el estupor de mi mente no me permiten sentir el gélido frío de la noche—. Hace mucho frío y no quiero que te resfríes.

Dirige mis pasos hasta la puerta principal de mi bloque y espera cómo abro la puerta con torpeza. La empujo con levedad y lo miro a los ojos.

—Descansa, Leticia. —Su brazo abandona mi cintura y su mano la orilla de mi abrigo, que no ha dejado de sujetar para cubrir mi cuello y boca.

—Descansa, Fernando.

Su fornido brazo empuja la puerta y la abre en su totalidad, espera a que mi cuerpo ingrese en el interior del portal y en un segundo desaparece de mi campo de visión. Tan solo escucho el silbido del motor reverberar en las lúgubres paredes de mi calle.

Me visto y me peino como siempre; una cola tensada junto a mis disciplinarias gafas, una falda que cubre mis rodillas, una blusa de pequeños estampados y una rebeca larga hasta mis caderas. Mi armario es recatado y pudoroso, justo lo contrario de lo que se ha convertido mi vida.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora