CAPÍTULO 22

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Óscar se levanta de su asiento, abandona la silla central entre los taburetes de sus sumisas, Mariza y Ana, y ocupa la silla libre de Daniela a mi lado

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Óscar se levanta de su asiento, abandona la silla central entre los taburetes de sus sumisas, Mariza y Ana, y ocupa la silla libre de Daniela a mi lado.

Me sonríe con el morbo dibujado en sus pupilas y se acerca a mi oído.

—Mmmm, ¿otra vez, Leticia? Eres incontenible —suelta con el morbo impreso en su voz. Lo miro con recelo y veo cómo se muerde el labio. Trago con dificultad. Esos gestos me dan repulsión en él. Se acerca aún más a mi oído—. Estoy deseando que llegue el día en el que pueda ver tu humedad.

«¿Qué?».

Calor, ardor y fuegos en erupción suben a mi cabeza. Impotencia, rabia, ¡furia!, recorren cada poro de mi piel.

—¡Eres un cerdo! —grito a la vez que me levanto de la silla y le propicio una bofetada con todas mis ganas y fuerzas.

El tipo, estupefacto, se toca la mejilla. Sus ojos de asombro arden al mirarme.

Miro a Fernando buscando comprensión, pero su cara es iracunda. Se levanta con agresividad de su asiento, me agarra de la mano con fuerza y de una sacudida me dirige hacia la puerta de la cocina.

—¡Óscar, ven! —ordena Fernando encolerizado desde el umbral.

Soy arrastrada por mi mano hasta la habitación contigua: un majestuoso despacho colonial.

Me aprieta fuerte de los dedos. Me hace daño. Está fuera de sí. Su ojos esquivan mi mirada y la rabia surca sus pupilas sin ningún disimulo.

Me acerca a la mesa de madera de roble oscura que corona el despacho, me alza con sus manos desde mi cintura y coloca mi culo en el centro del tablero. Quedo sentada frente a su cuerpo.

No es él, no lo reconozco.

—No puedes hacer eso —dictamina furioso con voz gutural—. ¡No debiste hacer eso! —El dolor es palpable en su voz.

Niego. Estoy atemorizada. No sé lo que espera de mí. Mis labios tiemblan frente a sus fríos y acuciantes ojos.

—No vuelvas a hacer eso. ¡Nunca! Nunca vuelvas a levantar la mano ni a insultar a ninguno de nosotros. Tu cuerpo es mío y yo decido por él. ¿Entendiste?

Busco en sus pupilas un mínimo efluvio de ternura y comprensión, pero están incendiados de furia y dolor mezclado con rabia y resignación.

«¿Qué le pasa?».

Detrás de él veo a Óscar entrar en el despacho; se mantiene quieto a la expectativa de sus actos.

Cubro mis ojos con mis manos.

«¿Qué hace Óscar aquí? ¿Para qué lo quiere aquí?».

Retiro las manos de mi cara, mantengo mis ojos cerrados con fuerza y asiento.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora