CAPÍTULO 24

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Mis pies poseen vida propia; llevo horas alzando un paso tras otro, supero la frecuencia del músculo propulsor de mi sangre

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Mis pies poseen vida propia; llevo horas alzando un paso tras otro, supero la frecuencia del músculo propulsor de mi sangre. Mis reproches se han convertido en una cinta mal grabada que no hace más que repetir y repetir las mismas hirientes y condenadas palabras. Mi consciencia no hace más que sentenciar mis actos y adjudicarles los más duros juicios y críticas.

«Tonta. Tonta. Tonta».

Pi, pi... Pi, pi... Pi, pi.

Mi móvil comienza a sonar y vibrar en mi bolso. Mi corazón y esperanzas de vida se iluminan como una hoguera en la fría noche. Con las manos temblorosas por el frío, dolor y nervios, lo capturo.

A mis dedos entumecidos aunados a mis ansias les cuesta encontrar la agenda y marcar el número de Tomás. Lo hago y suplico que lo coja rápido.

—¡Tomás! —exclamo en una súplica—. ¡Tomás!

—Sí, Leti, sí —dice anonadado—. ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa?

—Tomás —lo nombro aliviada—, necesito que vengas por mí —añado ahogada. Mi voz está congelada y mis pulmones tras los esfuerzos de impulsar el ritmo de mis pies ahora apenas llenan mis palabras.

—Leti, pero ¿dónde estás? —inquiere incrédulo tras un breve segundo—. ¿Estás en el castillo?

—Estoy en mitad de la montaña, bajo andando del castillo. Tengo frío, Tomás. Me duelen las piernas y estoy mojada. ¡Ven a recogerme, por favor!

—Leti, pero ¿qué ha pasado? ¿Por qué bajas sola y andando? ¿Estás loca?

—No, sí, ¡no! —Suspiro angustiada—. Sí, sí estoy loca, Tomás.

Piiiiiiiiii.

Doy un repullo tras escuchar la bocina de un coche que casi consigue fulminarme en el acto. Mi corazón se instala a todo volumen en mi garganta y un doloroso suspiro ahoga mi pecho.

—Tomás, debo estar en mitad de la montaña bajando del castillo. Sube por la carretera, me encontrarás en el camino. No tardes, Tomás. No tardes, te lo ruego.

Le cuelgo nerviosa.

El pitido del auto procede de atrás.

El miedo se apodera de mi pecho, atenaza mi respiración y detiene mi sangre. A cámara lenta, giro mi rostro y miro de soslayo el capó de un coche que corresponde con exactitud a un majestuoso y soberbio Audi con las mismas características del dueño: potente, arrollador y abrasador.

Rescato mi mirada con urgencia y la obligo a que se dirija hacia al frente con la absurda esperanza de que al no mirar deje de existir la realidad. Mis pasos no cesan, incluso aceleran su ritmo, pero el Audi tampoco cesa, todavía circula detrás de mí a un escaso metro, sigiloso, acompasado y con rítmica cadencia.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora