—A partir de ahora —su voz dulce se vuelve dictatorial—, no hablarás, no te quejarás, no te resistirás ante nada de lo que haga con tu cuerpo. Por esta noche me perteneces y harás lo que yo te ordene. Solo por esta noche serás absolutamente mía. Pero tranquila, mi niña, no habrá dolor, solo existirá placer tras placer. Después de que todo acabe, decidirás si me aceptas como tu dueño, como tu amo. De no ser así, nuestra relación se limitará a términos profesionales y nunca más, escúchame bien, nunca más, señorita Rivas, la volveré a tocar.No tengo palabras.
Soy fuego, lava, puro magma.
No creo que en toda mi vida vuelva a existir otro deseo más anhelante que ser suya.
El tintineo de un manojo de llaves invade mis oídos. Escucho deslizar el acero hacia el interior de una rendija, cómo las acanaladuras y muecas del vástago coinciden y permiten liberar el mecanismo del cierre de una cerradura. El antifaz me sumerge en la absoluta oscuridad; eleva y multiplica mis restantes sentidos. El estupor y expectación de la situación me provoca que todo pase mucho más despacio, a cámara lenta. El calor de su mano se posa en mi espalda baja. Siento que dirige mis pasos hacia el interior de la habitación que acaba de abrir.
El cambio de temperatura me invade. Este lugar es todavía más cálido.
—Dame tu abrigo —solicita con voz suave.
Siento que unas manos arrastran la abrigada tela por mi espalda.
Obliga al instante el abandono de mis manos.
Mis pasos se han vuelto lentos, pesados, indecisos, tan solo los impulsa la arrolladora calidez de su mano en mi espalda, que ahora descubro con más transparencia.
«No».
Mis pies se clavan en el suelo a solo tres pasos de su interior, mi cuerpo se tensa y mi corazón empieza a golpear y a estrellarse de forma incesante contra mis costillas.
«NO».
Sigo sintiendo la mano de Fernando en mi espalda y ahora siento lo que nunca, ¡nunca!, mi mente llegó a imaginar: dos nuevas manos agarran las mías. Un par de manos suaves intentan guiar mis pasos al frente, hacia el interior de dicha cálida habitación.
«Otra persona más... ¡No!».
Mis rodillas tiemblan, flaquean y me niego a entrar más al interior. Mi mente recuerda su mandato de no poder hablar, no rechistar, y sé lo que supone romper las normas. Supone dejar de jugar y no sé si quiero.
—Hola, Leticia —saluda una voz dulce y suave. Es una mujer, ¡es una mujer! Gracias a Dios es una mujer. No me gustan las mujeres, lo diré hasta la saciedad, pero su voz femenina mitiga mi miedo y mi horror—. Te recuerdo las normas: no puedes hablar, rechistar ni oponerte a nada.
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HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)
RandomFernando, hermético, envuelto de poder, lujuria y el control absoluto de todo y todos, lucha por someter a Leticia a cada uno de sus caprichos a un mundo completamente desconocido de seducción y puro sexo... Un asesinato por resolver, misterios, si...