Tras escuchar al juez, las piernas y manos empiezan a temblarme. No sé si voy a ser capaz de llegar al estrado y mucho menos articular una sola palabra. La ansiedad, el nerviosismo y el desenfrenado palpitar del corazón me generan una sensación de asfixie casi imposible de soportar que aprieta mi garganta.
Me levanto, agacho el rostro y me dirijo al estrado sin mirar a ningún sitio. Entretanto, solo escucho la banda sonora de mi corazón y los golpes secos contra las costillas.
—Señorita Leticia Rivas Solís, ¿jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? —cuestiona el fiscal.
—Lo juro.
—¿Está de acuerdo con todo lo dicho por el acusado señor Fernando Montesinos?
Silencio. Me cuesta respirar. Me cuesta pensar.
—Sí —afirmo débil.
—¿Cree en sus sentimientos de venganza y después de amor? —Imprime ridiculez a su voz.
—Sí —afirmo bajito.
Sus ojos se clavan incrédulos en mí.
—¿Cómo la trató durante el tiempo que investigó junto a él? ¿Cómo investigaban? ¿Qué papel le obligó a interpretar en los eventos de carácter sexual celebrados en el Castillo del Hierro? ¿De qué índole eran esas reuniones?
Desde mi perspectiva, siento en oleadas la tensión de Fernando desde su asiento; yerga la espalda y sitúa sus dos manos sobre la mesa.
—Como he descrito en varios de mis informes —empiezo con la voz débil. Miro a Tomás; es el único que me da fuerzas con esa mirada limpia y sincera. Carraspeo y cojo fuerza en el habla—, son personas que disfrutan al subrogar, jerarquizar, someter y castigar. Todas ellas libres y voluntarias. Todas ellas comparten los mismos gustos. En ningún momento nadie me manifestó disconformidad, ofensa o dolor. —Observo a Yudith; ella me sonríe. No tengo palabras para describir el alivio que me generan sus labios.
—¿Esos sometimientos son de carácter sexual?
—En su mayoría, sí.
—¿En qué consisten los castigos ejercidos?
—Azotes, pero les generan placer. Fui testigo de ello la primera noche que estuve allí. —Contemplo a Daniela; sus verdes ojos no dudan en acuchillarme con odio. Un escalofrío recorre mi espina dorsal desde el cóccix hasta el cogote.
—Pero a usted sí le incomodaba estar allí, ¿verdad?
—Al principio, sí. Más bien, hería mi sensibilidad. No era capaz de mirar en muchos de los escenarios en los que me vi envuelta. No obstante, a su lado... —suspiro y le dedico un microsegundo a Fernando en el que me siento arropada— todo se volvió soportable.
—¿El señor Fernando Montesinos alguna vez la maltrató?
—No —niego en un susurro.
La mirada de Tomás me condena con agresividad.
—¿Nunca? ¿Seguro? Ruego que se esfuerce en recordar.
—Me azotó una vez, pero yo había accedido a sus normas de obediencias y castigos unos días antes.
—La azotó una vez. ¡La azotó una vez! —repite el fiscal acentuando con énfasis el verbo—. Justo unos días después de aceptar sus normas. —Sonríe cínico y mira al juez—. Por lo que veo, no tardó en aplicarle el castigo. Seguramente la obligó, la emborrachó o la drogó para que aceptara sus normas. Después la azotó y le hizo creer que era su culpa y su responsabilidad.
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HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)
RandomFernando, hermético, envuelto de poder, lujuria y el control absoluto de todo y todos, lucha por someter a Leticia a cada uno de sus caprichos a un mundo completamente desconocido de seducción y puro sexo... Un asesinato por resolver, misterios, si...