CAPÍTULO 11

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21 de enero del 2006

—¿Cómo estás hoy? ¿Cómo te sientes? —pregunto a Mateo, el niño que en tan solo tres semanas se ha convertido en el niño de mis ojos. Me levanto de mi sillón detrás de mi fría mesa y me siento junto a él en el sofá de mi consulta de la clínica psiquiátrica—. ¿Siguen apareciendo esos oscuros pensamientos, Mateo?

Me mira con esos ojos inocentes, inteligentes e insondables, que solo me trasmiten la necesidad imperiosa de abrazarlo.

—Sí —contesta rotundo—. Una vez que llegaron y abrieron la puerta, me convertí en una nueva especie, doctora. No puedo evitarlo, esos pensamientos son parte de mí. Ahora soy una forma de vida que cuando me sumerjo en la profunda oscuridad solo sé fantasear sobre mi propia extinción. En parte, es liberador. Piensa que en el momento en que la cago puedo quitarme de en medio. En el momento en que triunfo, en lo que sea, recobro una vida en el juego. Pero yo, solo yo, soy el dueño de mis vidas.

Febrero, 2007

El alba comienza a devolver los colores arrebatados por la luna.

Me resisto a levantarme, no quiero abrir los ojos. He dormido con inmensa exquisitez y no quiero desprenderme de este abrumador sentimiento.

Contra mi voluntad, abro los párpados y se despliega el inmenso dormitorio lleno de luz, me ciega y me obliga a achinar los ojos hasta acostumbrarme.

El primer pensamiento que me aborda es Jazmín. Busco el testero con las argollas ancladas, que gracias a la claridad se distinguen a la perfección. Por lo visto, todos los dormitorios son iguales. Al instante, me imagino los utensilios que deben ocupar los cajones y los armarios.

Me asalto por mis propios pensamientos y me siento en la cama de un único impulso.

«¿De verdad he dormido en este dormitorio dentro de un templo de sádicos sexuales? ¿De dónde he sacado la valentía para atreverme? ¿Cómo no me he muerto del escándalo?».

Mi mente está en proceso de reset. Me llegan los recuerdos poco a poco y se actualiza mi disco duro; bebí mucho vino, me senté en sus piernas, me desperté alterada al soñar con él y él después...

«No, no».

Sus ojos de placer se dibujan en mi mente, al igual que sus labios mordidos por sus dientes. De pronto, escucho su respiración acompasada acompañando a mis gemidos.

Todo retumba en mi cabeza y toda la información me llega de golpe: Fernando Montesinos, mi primer sospechoso, me acarició en mitad de la noche y me proporcionó el mayor placer que mi piel jamás había sentido.

Con timidez, miro al pie de la cama, pero él ya no está en el suelo.

Entro al servicio, refresco mi rostro con agua helada, sorprendentemente fría, y me froto con furia.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora