CAPÍTULO 59

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Mi bebé va a cumplir dos meses.

Cuando mi vientre empezó a crecer, solicité excedencia en el trabajo durante un año. He estado en casa de mis padres, en el pueblo, hasta hace un mes que volví a Málaga capital.

No quise ser objeto de las críticas de todos los medios de comunicación cuando mi barriga empezó a engordar. A los pocos días, el juicio se hizo público en todas las redes sociales. Lo último que aspiraba era que los periodistas atasen cabos y ocupar las portadas de las revistas como la agente de policía que se implicó con el sospecho en la investigación de un crimen y, por si fuera poco, tal vez esté embarazada de él.

Durante todo estos meses he luchado por alejar todos los pensamientos destructivos que inconscientemente acostumbro a dirigir mis malévolas exigencias, las cuales me fustigan sin complacencia. He luchado por apartarlos y empezar a pensar en los aspectos positivos que los ataquen y contrarresten.

—Mi bebé precioso, mi albondiguita bonita, no, no llores. —Beso su pequeñita cabeza sin pelos.

Nació con solo pelusa, parece un melocotón, pero tiene unos ojos oscuros enormes llenos de pestañas negras, una nariz minúscula y una boca roja carnosa que no hace más que llorar y llorar porque siempre tiene hambre o sueño, o hay que cambiarlo, o quiere brazos, o no sé por qué narices llora, pero llora.

—Mamá está aquí contigo, mi vida —susurro.

Empiezo a andar de un lado a otro a la vez que mi cuerpo se balancea en una danza para tranquilizarlo. Veo cómo sus párpados oscilan de arriba abajo al unísono de mi voz y mi danza. En mi interior empiezan a explotar cañones de confeti por la felicidad que me genera la libertad de poder soltarlo en la cuna. Mi bebé no me deja ni por el día ni por la noche. Me convertí en un zombi andante.

Han pasado ocho meses, doscientos cuarenta y cuatro días, desde que lo vi la última vez.

Lucho con garras y dientes por sobrevivir al dolor que genera amar y no poder estar con él, y por mantener mi integridad y seguridad emocional sin derrumbarme al tercer pensamiento del día. Todos mis errores los he valuado como oportunidades de aprendizaje y he luchado por aceptar ese porcentaje que me garantiza que siempre fallaré por el simple hecho de ser humana. Los errores forman parte del crecimiento. Me recuerdo que las aptitudes de una persona están en constante desarrollo.

He hecho yoga, meditación y caminado todos los días para mitigar el estrés y el dolor tan profundo de saber que él está allí, solo. He luchado por identificar lo que puedo cambiar y lo que no puedo cambiar de mi vida... Cuando las cosas no se pueden cambiar, por ejemplo a las personas, hay que empezar el arduo trabajo de aceptarlo o, en su defecto, retirarte antes de que el dolor ahonde más y cause cada vez más daños irreparables en nuestra persona y en nuestro mundo. Por consiguiente, he intentado enumerar qué NO me hace feliz para alejarme de forma definitiva y qué SÍ me hace feliz para abrazarlo con más pasión y codicia. También me he fijado metas para crear alicientes y entretener a la desenfrenada turbina de mi mente. He pensado en qué me gustaría conseguir y luego he diseñado un plan para hacerlo. Me he atenido religiosamente al plan y he anotado mis progresos. He luchado por sentirme orgullosa de mis opiniones e ideas y las he expresado. He colaborado en labores sociales. He ido a diario a ayudar a repartir comida en los comedores del pueblo a los más necesitados. Sentir que ayudas hace maravillas para aumentar la autoestima, esa que perdí por completo cuando abracé a Mateo rodeado en un charco de sangre. Por último, he recurrido a mis amigas del pueblo. Nunca tuve muchas porque viví inmersa en los estudios, pero tengo dos amigas desde la guardería. Nos queremos tal cual somos, sin juicios ni méritos, solo nos conocemos y nos aceptamos porque realmente nos amamos.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora