CAPÍTULO 4

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La suavidad de mis sábanas envuelve mi cuerpo

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La suavidad de mis sábanas envuelve mi cuerpo. Tengo un camisón tipo abuela de caperucita roja sin mangas y largo hasta las rodillas. Estoy abrazada a mi almohada con mis brazos y piernas. A los pocos minutos, doy una vuelta más al otro costado sin dejar de abrazarla.

No puedo dormir.

Son las dos de la mañana y no puedo rendirme a la bruma de la inconsciencia.

Sus palabras, su mirada y sus labios boicotean mi mente y alteran mi cuerpo.

Mi ventana está abierta y la luz de la luna llena de sombras mi dormitorio. Tengo un espejo frente al pie de mi cama en la puerta central de mi armario.

«¿Lo sabrá?».

«Yo lo sé todo, agente».

El miedo vuelve a mis células, pero sus ojos, por alguna razón, no me lo generan, al contrario, siento alivio en ellos, y creo que él también lo sabe.

En un impulso destapo mis sábanas, me pongo de pie descalza y me sitúo frente al espejo. No puedo creer que vaya a hacer realidad su petición, pero mi cuerpo es atravesado por la ansiedad y por un cosquilleo en el centro de mis piernas que solicita el bálsamo del roce de mis dedos. Me quito el camisón de una sola vez y quedo frente al espejo con mis grandes pechos expuestos y con mi lencería inferior. Mi lado racional se revela, pero mi excitación tira más fuerte. Introduzco mi mano bajo la tela fina de encaje, muerdo mi labio inferior y empiezo con las yemas de mis dedos a trazar círculos. Podría chillar por el placer que me genera mis propios dedos, que en realidad no lo son, son los suyos. Cierro los párpados con fuerza y mis caderas danzan al unísono con mi placer. En ese momento, veo sus ojos arrogantes y seductores y su sonrisa satisfecha. Me lo imagino tras la ventana mirándome.

«Quiero que se desnude frente al espejo y se acaricie».

No quiero pensar. Me niego a analizar lo que ese hombre ha provocado en mí. Tan solo disfruto de las últimas ráfagas de la sacudida de mi piel ante el dibujo de sus ojos y de la sonrisa pícara de sus labios. Me meto en la cama, abrazo mi almohada y cierro los ojos con fuerza.

La luz calienta mis sábanas. Me levanto sofocada porque la claridad de mi habitación me revela que es tarde. No tengo cortinas, siempre me acuesto en la noche y me levanto en la noche. Miro el reloj; son las ocho y media. Nunca me he levantado a esa hora en tres años. Me visto con una camisa estampada rigurosamente abrochada que creo que pasó de moda hace ya varios años, una falda larga con medias tupidas y una rebeca holgada. La mayoría de mi ropa posee el mismo corte. Mis prendas de vestir podrían ser útiles para uniformes escolares regentados por órdenes religiosas. Nunca he prestado atención a mi indumentaria y mucho menos a mi físico. Soy del montón de las corrientes tirando a feas. Quizás alguna vez algún familiar o amigo de mis padres destacó mis ojos verdes como bonitos. No obstante, no me cabe la menor duda de que fue la consecuencia del compromiso y de la presión ejercida al ser presentada como su bella hija, además de crear un silencio arrollador forzando la emisión de benévolas palabras.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora