22 de enero del 2006Escucho una respiración acompasada, gritos ahogados y arcadas intensificadas por el eco de un estómago que reverberan en las paredes de la vacía habitación. Corro, corro, corro... por el infernal e interminable pasillo del hospital. Mis pies desenfrenados están dirigidos por la agonía del terror dibujado en mi mente. Sé que procede de su habitación. Por favor, él no, por favor.
Abro la puerta y mis ojos atemorizados lo buscan en la cama, pero el sonido de un volcán de vómito me obliga a mirar al suelo. Está ahí, mi paciente predilecto, el niño que mueve las cuerdas de mi corazón desde hace tres semanas. Está ahí, tirado en el suelo, rodeado de un charco de sangre.
Pulso todos los botones y mecanismos de llamado a la central de ayuda del hospital y me arrojo con él a la sangre, hundo mis rodillas en el charco que lo rodea y abrazo su cuerpo desvalido con fuerza.
—No, no, no. Dios mío, ¡no! —niego mientras le acaricio el cabello y se lo retiro de su angelical y pálido rostro—. ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Socorro!—grito desconsolada hasta rajar mi garganta.
Es cuando escucho la sirena de su habitación activada y es el fatídico instante que siento sus brazos caer de sus hombros y su cabeza colgar de su cuello aunque la abrazo con una posesión eterna.
Cierro los ojos con fuerzas y me engullo en el infierno.
Enero de 2007
Hace tiempo creía que podía escoger mi forma de vivir, que controlaba y gobernaba mi futuro, que podía elegir a mis amigos o a mi profesión y que en definitiva era responsable de las decisiones que formaban mi vida. Sin embargo, hoy sé que no es así. Existe una forma mucho más potente y arrasadora que mi libre albedrío y es ni más ni menos: mi maldito puto inconsciente. Un túnel negro y oscuro resguardado bajo mi raciocinio y bajo mi piel que lucha por salir en cada bajada de defensas y se filtra en cada una de mis decisiones; me domina, me esclaviza y me avergüenza profundamente. Nadie es lo que parece. No soy quien digo ser. Escondida, en secreto, soy una farsa. Soy otra persona.
Los primeros destellos del albor traslucen por los grandes ventanales. Es en estos instantes que empiezo a sentirme menos obsesa por mi trabajo, cuando la gente normal se despierta y empieza su jornada laboral bajo la luz del sol y no bajo la luz de la luna como lo hago yo.
Mi pasado me ha vuelto obsesiva en cada uno de los expedientes que me asignan y mi mente no me deja descansar hasta apalear los últimos resquicios y atisbo de dudas. Me doy cuenta que la vida no es más que un tablero de billar y soy una de las bolas golpeadas por el mundo y lanzadas de un lado a otro por la inercia de los golpes. Soy incapaz de parar el inmenso impulso ejercido, solo choco y choco hasta relajar el paso, resistiéndome a verme como una mera víctima o marioneta de mis emociones y reacciones.
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HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)
RandomFernando, hermético, envuelto de poder, lujuria y el control absoluto de todo y todos, lucha por someter a Leticia a cada uno de sus caprichos a un mundo completamente desconocido de seducción y puro sexo... Un asesinato por resolver, misterios, si...