CAPÍTULO 36

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Estoy en frente de la mesa mostrador de la secretaria del director señor Montesinos, propietario de Inversiones Interglovalfuturo.

—Buenos días, Yudith —saludo. Me muero de la vergüenza, no sé si el veneno de Daniela filtró en su sangre. Me mira con la mirada inexpresiva. Deduzco que está concentrada en algo de su trabajo—. ¿Está Fernando en su oficina? —pregunto como tal cosa.

—Buenos días —me saluda con una amplia sonrisa, acaba de reconocerme. El alivio filtra en mi sangre. Quizás Ana tenga razón y Fernando desmintió las palabras que le dije a Daniela con tal ímpetu que no me guarden rencor. «Ojalá así sea»—. No, Leticia, ahora mismo está en una junta muy importante, pero puedes esperarlo dentro, en su oficina. —Y con un matiz cariñoso añade—: Sabía que vendrías.

Sonrío.

—Yudith, ¿sabes si tardará mucho?

—Me temo que sí. Está con unos clientes muy esperados. Después de cinco años detrás de ellos y después de cuatro años de negociaciones, Asia Universal Petroleum nos ofrece sus acciones para que podamos incluirlas en nuestro mercado. Por eso te aconsejo que te pongas cómoda. A mi parecer, tardará, y mucho.

Mi cara es un poema. «¿Cómo no?». Le encanta tenerme a su merced. Su personalidad dominante y manipuladora rebosa en cada acto, aunque diga lo contrario y no existan contratos.

—Yudith —la nombro tímida—, me gustaría preguntarte algo. —Suspiro acongojada.

—Dime. —Teclea en su ordenador.

Intercala mis palabras con el trabajo.

—¿Te acuerdas de la primera vez que estuve aquí?

Sonríe. Acabo de captar su atención total. Sus manos abandonan el teclado y su silla de ruedas se desliza con levedad hacia atrás para mirarme con mayor perspectiva.

—Claro que sí. Tus ojos eran un poema. Estabas horrorizada al encontrarme en su mesa y fingías que no lo estabas, y lo hacías verdaderamente mal.

Se ríe a carcajadas.

«¡Dios! Pues a mí no me hace ninguna gracia».

Sonrío forzada y frustrada.

—Exacto, así fue. —Mis labios se tercian en una débil sonrisa.

—Después de ese día, empezasteis vuestra relación, ¿no es así? —Empieza a desdibujarse su sonrisa—. A los pocos días te vi en el castillo y luego en su casa.

Asiento.

Mi corazón eleva su palpito por la pregunta que baila en mi mente y voy a expulsar al aire.

—Yudith, y..., vosotros, tú y él... ¿seguís manteniendo relaciones sexuales en la oficina? —escupo. ¿Para qué dar rodeos?

Mis piernas comienzan a temblar junto a mis manos, que entrelazo entre mis brazos por debajo de mi pecho para disimular mi verdadero estado.

«Por favor , di que no».

Los segundos se vuelven minutos y sus gestos faciales se vuelven indescifrables.

—No —niega rotunda.

Suspiro aliviada y continúo:

—¿Desde cuándo? ¿Hace mucho desde la última vez?

—Desde que estuviste en su casa aquella noche.

Achina sus ojos y la curiosidad brinca en sus pupilas.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora