CAPÍTULO 8

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Pensaba que el motivo de cogerme de la mano era con el fin de mostrar nuestra relación en público

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Pensaba que el motivo de cogerme de la mano era con el fin de mostrar nuestra relación en público. Nunca esperé que ante ellos no se dirigiese a mí en lo más mínimo.

Nos levantamos, todos menos Mariza y la otra muchacha del otro lado de Óscar, que también está sentada en un taburete. Todos brindamos, dando gracias por cada segundo de nuestras vidas.

Después hacen referencia a Jazmín, evocan y rememoran sus cualidades y comparten los mejores sentimientos hacia ella.

El ala izquierda del salón está atestada de sofás y mesas bajas. Algunos se sirven una copa de la misma vitrina donde él me sirvió el vino. Óscar se sienta en un sillón individual y, de inmediato, Mariza y la otra muchacha se sientan en el suelo a cada lado de sus pies.

Fernando se levanta, se acerca a los sofás y me deja atrás.

Lo sigo por instinto y me quedo quieta e inmóvil con la gran mesa detrás de mi espalda, con la hilera de sofás ante mis ojos.

«¿Dónde se supone que es mi lugar?».

Todos se sientan.

La mujer desnuda, de volúmenes insuperables, se sienta al lado de un hombre, el cual envuelve sus hombros con su brazo, al que escuché nombrar como Ramón.

Mi atención vuela a la puerta del salón, acaba de abrirse, y mi mirada se hunde en un nuevo escultural cuerpo —vestido de plata ceñido como una segunda piel, cuello alto, mangas hasta las muñecas y falda larga— que cruza el umbral.

Inhalo.

«No, ella no, por favor».

Exhalo.

No entiendo por qué me afecta su presencia. Me pregunto por qué me molesta tanto. Es su secretaria, a quien tuve la gran suerte de conocer muy feliz y entretenida encima de su mesa.

Está colgada del brazo de un hombre con apariencia gay y del otro brazo hay una mujer con cara angelical, muy delgada y vestida con elegancia, que acaban de nombrarla bajo el nombre de Carolina. Recuerdo, sí, es la recepcionista de su empresa Interglovalfuturo.

Un sofá de cinco o seis plazas es ocupado por ellos tres: la mujer angelical, el hombre gay y su secretaria Yudith. A continuación, Fernando se sienta al lado de su secretaria, la misma que le encanta estar encima de su mesa

«No, por favor».

Mi mente no deja de dibujar una y otra vez esa imagen.

«Por favor», insisto en mi interior.

No quiero ser testigo de ningún toqueteo con su secretaria. Me sentiría fuera de lugar y no sabría qué es lo que se espera de mí. ¿Deseo? ¿Colaboración? ¿Ofensa? No sabría fingir y me sentiría ultrajada ante los ojos de los demás. Mis ideales tradicionales se traducirían en mi cuerpo, de eso estoy segura. Él es mi único bastón y brújula, y no quiero verlo guarreando con nadie.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora