CAPÍTULO 3

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10 de enero de 2006

—Buenos días, Mateo —saludo con lentitud y espero hasta que se siente en el sillón enfrente de mi mesa, después capturo sus tímidos ojos—. ¿Cómo estás? ¿Estás cómodo aquí en Madre Carmen?

—Doctora, me da igual. Me da igual el sitio donde esté —escupe cortante—. El infierno lo llevo dentro vaya donde vaya.

—Mateo, explícame cómo te sientes.

Niega y agacha la cabeza.

—Mal —espeta rotundo—, muy mal. Solo quiero dejar de existir y que mi dolor acabe.

—Mateo, sé qué es desear morir, lo que duele sonreír y cómo intentas encajar, pero no puedes. Cómo te haces daño en el exterior para matar tu interior. Sin embargo, necesito que entiendas que es solo un estado emocional voluble y efímero construido por una base de estiércol que no haces más que cementar y hormigonar con tus pensamientos destructivos. Vamos a detonar ese suelo y vamos a construir otro verde con pinceladas de colores vivos. Créeme, confía en mí. Siempre que quieras, voy a estar aquí para ayudarte.

Hundo mis ojos en su rostro inocente de tan solo trece años; vislumbro el rojo subir a su iris y la humedad a su córnea. Su sufrimiento es tan patente que eriza mi piel.

—No es tan fácil. Tú, doctora, no tienes un saco de mierda en tus hombros. Es muy fácil cuando a ti no te han juzgado y condenado como a mí para toda la vida.

Febrero de 2007

Han pasado tres semanas desde que interrogamos al señor Fernando Montesinos y ahora acabo de ingresar al pasillo de la vigesimosegunda planta donde está ubicado su despacho.

Hasta el día de hoy nuestra investigación no ha llegado a ninguna conclusión resolutiva. Hemos realizado los estudios, las valoraciones y las comparativas de las diferentes declaraciones y de las distintas versiones que han sido tomadas a cada uno de los socios de dicha comunidad.

Al día de hoy, nadie destaca como principal sospecho.

Por lo tanto, estoy igual que al principio: cero.

Aunque no me guste, he de admitir que tan solo dispongo de su ofrecimiento. Es por eso que estoy aquí para estrujar sus honorables palabras de querer buscar justicia, porque le jode no poder seguir jodiendo con ella.

Estoy frente a su puerta coronada por una placa inscrita por las palabras:

Señor Fernando Montesinos. Dirección

Esta vez no me he detenido en la portería del edificio, he seguido sus indicaciones y he cogido el ascensor directo a su planta, pero no hay nadie en la recepción personal de su despacho; la supuesta mesa de su secretaria está vacía. Golpeo la robusta madera de la puerta con levedad, pero nadie abre. Vuelvo a golpear con la misma suavidad, pero siguen sin contestar. Ahora golpeo con fuerza. La impaciencia que domina a mis nervios no me permite esperar más, de modo que decido entrar a su despacho sin haber sido anunciada.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora