CAPÍTULO 15

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Las personas no ejercen poder sobre nosotros

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Las personas no ejercen poder sobre nosotros. Los seres humanos no tienen ningún poder sobre otros, somos nosotros quienes se los otorgamos. Yo soy la única culpable de lo que siento. Debo bajarlo del pedestal donde lo he situado, debo ponerlo a mi mismo nivel, dejar de dignificarlo, buscar y reconocer cada uno de sus defectos y arrancarlo del cielo de mis fantasías donde le estoy permitiendo volar.

Me he pasado toda la tarde en la cama. En segundos repito el mantra de mis previas palabras y en otros revivo sus manos en mi piel.

Me vuelvo loca porque rozo la obsesión y no puedo permitirlo.

Son las ocho de la tarde. No tengo fuerzas de realizar ese informe. No tengo fuerzas de acusar a nadie y sembrar sospechas, aunque las tenga. Me niego a verlos así. Son su familia, como él dice. Ya no sé si me vuelvo loca, pero no sé si en realidad yo quiero formar parte de ellos.

Pi, pi.

Escucho un mensaje, un SMS, y mi corazón, que es una uva pasa, se ensancha, palpita, reluce y toma la forma de los corazones rojos palpitantes que dibujamos.

Corro, salgo de la cama y corro aún más a pique de estrellarme contra el suelo.

Fernando me ha pedido el número de mi teléfono móvil, por lo tanto, existe la remota posibilidad de que sea él.

Miro la pantalla y mi corazón vuelve a su estado previo: una uva pasa.

Es de Arturo.

De: Mi comisario

Leticia, no me ha gustado tu forma de proceder. Nos has tenido preocupados 24 horas. No obstante, espero que ese riesgo tan irresponsable e inconsciente haya valido la pena. Espero con impaciencia tu informe para reportarlo a la delegación.

Tiro el móvil con toda mi mala leche a la cama.

«Tonta, tonta, tonta... ¿Qué me pasa?».

Estoy devastada.

Me introduzco entre mis sábanas y escondo con fuerzas mi cabeza en la almohada. No quiero pensar más. Me niego a darle vida a ese ser que mueve mis cuerdas, que está dominando todos los estados de mi persona. Es el dueño de mi profunda felicidad y el dueño de mi profunda desolación.

«No más. No más».

Me levanto. ¡Otra vez no puedo conciliar el sueño! En contra de mis indicaciones razonables de salud, acudo al mueble de mi cocina, aquel que más alto está para no sucumbir con demasiada asiduidad a su contenido. Hoy sí lo necesito. Solo esta noche y tiro las pastillas, lo juro.

Cojo la caja de los somníferos que me recetaron cuando estaba mal tras mi mayor episodio de indescifrable y profundo dolor y me tomo dos pastillas. Vuelo a mi cama con la tranquilidad que sus principios activos me arrastran a mi inconsciencia y mi mente deje de desear sus manos y todo aquello que quiero que haga ese hombre.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora