CAPÍTULO 31

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Despierto en el primer albor de la madrugada y soy sorprendida por una dulce sonrisa que tira de mis labios al recordar que he sido yo quien lo ha echado de mi lado

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Despierto en el primer albor de la madrugada y soy sorprendida por una dulce sonrisa que tira de mis labios al recordar que he sido yo quien lo ha echado de mi lado. Aun así, se despidió con un «Hasta muy pronto, mi amor». Quiero borrar de mi mente el «mi amor», ya que, en realidad, sé que no significa nada. Es su juego siniestro de seducción para mantenerme ahí suspirando por él.

Me visto en cinco minutos, camisa y pantalón de tela, realizo mi disciplinada coleta sin un solo mechón suelto y me coloco las gafas de pasta dura. Mi corazón da saltitos en mi pecho como el de una colegiala tras pedirle el niño más popular del colegio que la acompañe al baile, por la satisfacción de haberlo dejado con ganas de más: con más ganas de mí.

Me siento tonta al anidar en mi interior un sentimiento esperanzador que no puedo evitar. Mi corazón traicionero busca la felicidad y la esperanza conjugando las distintas maneras en las que ese hombre pueda volver a acercarse a mí. Este placer destructivo y maquiavélico, según se mire, es barrido mientras acaricio la manivela de la puerta de mi piso. Un sabor amargo se instala en mi garganta al acordarme de todo lo sucedido anoche con Arturo Martín, mi comisario.

¿Por qué hizo eso? ¿Por qué intento meterme mano? Me presionó con el informe todo lo que pudo, o más, y luego me lanzó la solución: «Consuélame, Leticia, y me harás feliz».

«¡Qué asco!».

Un escalofrío electrifica mi cuerpo de pura repugnancia.

Salgo de mi bloque.

Mis ojos son abordados por la luz de una preciosa mañana, donde el sol es el protagonista. Sin embargo, al instante, mis pupilas de forma automática se reconducen al identificar algo nuevo en mi calle: ¡un nuevo coche ocupa la plaza vitalicia del coche rojo!

«¡Aleluya!».

Mi sorpresa del desalojo del coche rojo se ensambla con una sorpresa mayor. Dicho estacionamiento está ocupado por un Audi negro, el cual hace temblar mis piernas. Lo busco a él, pues no hay nadie dentro del vehículo, y, tras girarme, lo veo apoyado en el bordillo de una obra a medio construir al lado de mi edificio. Tiene las manos hundidas en los bolsillos, la chaqueta abierta detrás de sus brazos y los pies cruzados desde los tobillos. Más sexi y guapo es imposible.

—Buenos días, mi agente de policía —saluda con un abrumador magnetismo que me deja patidifusa.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono con seriedad.

Me vuelvo y encaro sus divertidos y juguetones ojos.

—Voy a llevarte al trabajo —declara como tal cosa—. No pensarías que te iba a dejar ir andando.

Miro el coche atónita de nuevo y lo observo a él.

—¿Co-Cómo lo has conseguido? —pregunto tan aterrada como asombrada. Me mira incrédulo. Me esfuerzo por aclarar mi retórica—. ¿Cómo has conseguido aparcar el coche aquí?

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora