Estoy sentada en mi mesa con los ojos hundidos en un nuevo caso; violaron hasta la muerte a una muchacha de solo diecisiete años. Se me eriza la piel y se me humedecen los ojos al pensar que hay tanta maldad en el mundo y que estoy a punto de ser responsable de educar a un pequeñito ser vivo, que debo darle todas las herramientas para prevenirlo del infinito mal que existe para que sepa huir de él y sobre todo distinguirlo y alejarlo.
—Buenas tardes, Leticia —una voz dulce y familiar inunda mis oídos. Alzo la vista. Es Yudith.
Sé por qué está aquí: acaba de visitarlo.
Fernando, después de una semana, aún sigue en la cárcel contigua a la comisaria mientras lo trasladan al destino solicitado por su abogado: la nueva y mejor cárcel de Málaga.
—Hola, Yudith —saludo débil.
Su imagen hace que el dolor sacuda mi pecho al enfrentarme a todos los recuerdos que me invaden, recuerdos que viven en mi interior, pero que lucho por apretar en el fondo de mi mente echándoles kilos y kilos de nuevos pensamientos y quehaceres, aunque todos ellos resulten absurdos y banales porque nada impide que resurja cada dos por tres de su entierro con mayor fuerza e impulso. Para ser sincera, no existen dos pensamientos seguidos sin que Fernando se cuele en medio.
—Acabo de verlo. Me dio algo para ti.
Se acerca a mi mesa despacio, tiene una carta en la mano, y alarga el brazo en mi dirección.
—Yudith, no. —Enfrento su mirada, que emana súplica, con la mía, que derrocha sufrimiento y dolor por doquier. Empezamos una batalla de miradas sin palabras—. No la quiero.
—Por favor, Leticia, déjame ayudarlo de esta manera. Hazlo por mí, por favor. Simplemente cógela.
—Voy a tirarla a la basura —declaro en un susurro con la voz ahogada de angustia.
—Solo cógela, no me digas más nada. Hazme sentir que hago algo por él. Leticia, Fernando pudo engañaros a todos, pero lo creas o no, es un buen hombre. Un hombre que estuvo cegado por su rabia y por su dolor en un momento dado.
—Que me mintió, que jugó conmigo y que me buscó para castigarme —escupo dolida.
—Está arrepentido y está pagando su culpa.
Aprieto los párpados con fuerza y alargo la mano. El simple roce del papel en la yema de mis dedos eriza mi sangre y eleva mi temperatura rozando la ebullición. Cojo la carta y abro los ojos despacio.
—Gracias. —Sonríe satisfecha—. Gracias, Leti —añade agradecida.
—Lo hago por ti, Yudith —confieso—, solo por ti.
Me dedica una media sonrisa y da media vuelta. Agradezco su lejanía porque mis ojos me traicionan a cada segundo de sostener el sobre. Lo dejo caer en mi mesa cuando la figura de Yudith desaparece de mi vista totalmente. Divago entre tirarla a la papelera, romperla en mil pedazos o incluso quemarla, pero un nudo se apodera de mi pecho y el vértigo se instala en mi estómago. No puedo hacerlo. No puedo hacerlo por los tres centímetros de personita que llevo en mi interior que me recobra la vida; las constantes pesadillas las convirtió en dulces sueños. Me levanto con furia en un impulso en el que sé que o me arrastro por él o puede que jamás vuelva a tener la valentía. Cierro la puerta de mi área. Estoy sola. Tomás ya tiene su oficina privada y David siempre está en la calle. Me recuesto en la puerta recién cerrada. Con el corazón en la boca, que martillea mis sienes, abro el sobre. Hay dos hojas. Mis manos tiemblan hasta el punto de correr el riesgo de que se me caigan al suelo o de que las raje sin querer. Me obligo a respirar. Cierro los ojos y me concentro en recuperar el control de mis constantes antes de proseguir. Decido volver a mi mesa y volver a intentarlo. Saco las dos hojas dobladas del sobre y abro una. Lo que ven mis ojos apuñalan mi alma sin entender absolutamente nada de lo que significa, pero lo dibujado va directo al corazón, encogiéndolo y apretándolo con fuerza. Es el trazo de cinco líneas horizontales paralelas y equidistantes donde bailan notas musicales en un pentagrama escrito a mano con un exquisita escritura llena de borrones y correcciones, pero con una preciosa letra al dibujar las notas. Cada nota parece una pequeña obra de arte. Es cuando cierro los ojos y lo veo sentado en el piano; escucho el susurro de su voz en mi oído cuando bailemos en mi sombrío y desierto salón. Mis asquerosas lágrimas se acumulan a borbotones en el precipicio de mis ojos y el pentagrama se vuelve borroso. No quiero llorar. No quiero caer en su redes. Otra vez, no. Saco la segunda hoja y la abro. Distingo su preciosa caligrafía llena de personalidad. Me rindo al llanto, no aguanto más. ¿Qué más da? Sé que debo llorar si mi cuerpo lo exige, reprimirse es perjudicial. Las lágrimas airean las emociones, liberan el estrés y ayudan a lidiar el dolor. Derramar lágrimas es como vaciar un vaso que está a punto de rebosar para que pueda volver a llenarse. Cuando lloras, liberas tu emociones para poder dar paso a otra emoción diferente.
Despliego la hoja.
Una lágrima derrite unas de sus palabras.
Y empiezo a leer:
No soy escritor, solo lo hago cuando las emociones rebosan mi alma hasta el punto de sentir que estallo y debo buscar una vía de escape. Empecé una nueva canción para ti. No puedo tocar el piano, pero lo hago de forma imaginaria, igual que también hablo contigo de forma imaginaria al escribir por primera vez una carta con mi puño y letra. Busco en la locura el sentido para mantenerme cuerdo hasta que llegue el día en el que pueda salir de aquí y mi único objetivo sea que me perdones y vuelvas a confiar en mí. Anduve mucho tiempo entre la oscuridad buscando lo que me aliviara el alma y me arrancara o adormeciera el dolor tan profundo que me provocaba la afilada estaca clavada... y te encontré, dulce e inocente como un ángel. Luché por encontrar tu lado oscuro para arrastrarte al infierno conmigo, pero no existía, solo había luz y bondad. Iluminaste mi mundo enseñándome algo completamente nuevo, algo que lo cambia todo en mi existencia: has recobrado el sentido de toda mi vida porque me has enseñado a amar. No sabía, y te lo debo a ti, mi amor. No pienso dejarte ir por nada en el mundo. Olvídate de olvidarme. No voy a cesar un segundo porque eres mi mitad, mi alma gemela.
Te amo y siempre seré tuyo.
ESTÁS LEYENDO
HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)
RandomFernando, hermético, envuelto de poder, lujuria y el control absoluto de todo y todos, lucha por someter a Leticia a cada uno de sus caprichos a un mundo completamente desconocido de seducción y puro sexo... Un asesinato por resolver, misterios, si...