CAPÍTULO 6

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Veinte curvas, un frenazo por la aparición de un coche al frente y por fin llegamos a ese inhóspito y terrorífico lugar

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Veinte curvas, un frenazo por la aparición de un coche al frente y por fin llegamos a ese inhóspito y terrorífico lugar.

Estamos en la cima de la montaña; es un espacio inmenso y precioso. El cielo es negro y arrollador. Las estrellas en la absoluta oscuridad brillan como focos y la luna nos sonríe en forma de uña. Bajo la vista y veo árbol tras árbol, rama tras rama y ojos brillantes expiatorios que imagino que son de búhos.

Me pierdo en su espesura imposible de seguir por mis ojos.

Me vuelvo con miedo, respeto y mesura. Lo veo ahí: el Castillo del Hierro reconstruido e impresionante. No es tan grande como lo imaginé, pero su estructura es magistral. Está construido por piedras y hierro. Tiene una volumétrica escalinata para acceder que desembocaba en un rellano creado como balcón para vislumbrar el paisaje, de frente a las escaleras una inmensa puerta de madera que da vértigo mirar hacia arriba, de grosor indescifrable, y a cada extremo del palacio dos grandes chimeneas cónicas gemelas coronadas por grandes ventanas de hierro con cristales de diversos colores.

Agradezco que no haya nadie.

Me arrimo a él y sigo sus pasos. En este momento él se ha convertido en lo más seguro y fiable de mi mundo. Qué ironía.

Golpea la impresionante puerta con un puño de hierro anclado a una enorme arandela que puede ser como mi cabeza de grande.

Al instante, abre un hombre.

—Buenas noches, señor. —Su voz la tiñe el cariño y el respeto—. Buenas noches, señorita —me saluda y nos hace una reverencia. Debe ser alguien contratado para el servicio desde hace muchos años.

Mi gentil acompañante, con su brazo extendido, me cede el paso.

Me introduzco en aquel lugar. Me tiemblan las piernas. Lo espero para volverme a arrimar a su cuerpo. No quiero alzar un pie sin su compañía. Estoy intimidada. La entrada al inhóspito espacio me mantiene en un estado agónico. Techos infinitos nos dan la bienvenida y por lo menos cinco lámparas colgadas con treinta velas nos cubre de una tenue luz. Me sorprende la temperatura cálida, muy cálida, en una noche tan fría. Deben tener un sistema de calefacción potente. Al frente otra escalinata oblicua e infinita de piedra y forja. El grandísimo espacio ante mis ojos combina lo antiguo de un palacio con la sofisticación de lo más clásico; suelos alfombrados, paredes marfil estucadas con molduras doradas y cuadros inmensos de diferentes desnudos visten las paredes.

—Subamos, agente. —Extiende su mano y agarra la mía con su otra mano.

Un escalofrío electrifica mi piel y recorre la totalidad de mi cuerpo al sentir el calor, la firmeza y la posesión de su agarre que me envuelve en seguridad y confianza, lo cual agradezco con inmensa desmedida.

Me lleva acelerado escaleras arriba.

Ingresamos a un pasillo en el que se escucha el murmullo constante proveniente de alguna de las habitaciones.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora